viernes, marzo 29, 2024
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Los testaferros

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Ante la cantidad de referencias que últimamente se refieren a este oficio, servidor ha realizado sus investigaciones centradas fundamentalmente en una cuestión: un testaferro, ¿nace o se hace?

Debe mantener un comportamiento, no ya discreto, es preferible que sea totalmente anodino

Ya les adelanto que, según mis conclusiones, para ser un testaferro como Dios no manda hay que nacer y posteriormente cultivarse adecuadamente.

Según los datos consultados, el término testaferro no es una novedad en absoluto, y sigue vigente con el paso de los siglos e incluso en auge debido a la gran rentabilidad que se consigue. Su antigüedad se demuestra por la raíz latina del mismo que significa «Cabeza de Hierro». Si en Roma ya les llamaban así, podemos deducir que estamos no ya ante el más viejo oficio del mundo, pero si uno de los primeros.

La actividad está clara: se trata de la gente que voluntariamente se presta a suplantar la personalidad de otra persona, ya sea física o jurídica, para encubrir cualquier negocio que es generalmente fraudulento. Aunque también se puede actuar encubriendo lances amorosos, políticos o de otro tipo. En esta ocasión el tema se centra en la variante mercantil del oficio y las cualidades necesarias para ejercerlo con descarado ánimo de lucro.

Aunque más que cualidades deberíamos hablar de características, tanto de formación como de nacimiento. Para ello nada mejor que apoyarse en testimonios de poetas y cantautores para comprender una compleja y exótica personalidad.

Así, un testaferro florece en mundos, como decía el poeta: sutiles, ingrávidos y gentiles, a los que se puede añadir el concepto de serviles. En ellos el testaferro debe mantener un comportamiento, no ya discreto, es preferible que sea totalmente anodino.

La lealtad parece ser que no es imprescindible

La carga genética no es menos importante y se distingue perfectamente desde que el futuro testaferro llega al mundo, ya que no nace de forma usual, más bien fluye. Con características similares al agua: incoloros, inodoros e insípidos. Aunque pese a ser incoloros, no deben ser transparentes, lo cual es muy complicado y por ello están tan cotizados. Otros atributos como el físico o apellidos, adquiridos también en la cuna, deben estar discretamente adecuados a cualquier circunstancia, tanto en hombre como en mujer. Con todo ello se puede lograr lo que se llama un auténtico testaferro de bellota.

Por último cabe comentar que una virtud que seguramente ustedes echan de menos en una persona tan singular: la lealtad, que parece ser que no es imprescindible. Cuando vienen mal dadas, generalmente es el primero en abandonar el barco y colaborar con quien sea. Ello se debe a que un testaferro siempre tiene en la cabeza un concepto básico que en su día descubrió en la canción de un cantautor: «Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo».

Opino que el cantautor tenía razón.

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Paco Fochs

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