viernes, abril 19, 2024
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Un condiscípulo en apuros

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Lo confieso: Iñaki Urdangarín y un servidor tenemos algo en común; hemos estudiado en el mismo colegio. Por supuesto con gran diferencia de años o en este caso de promociones, pero es de suponer que durante nuestra infancia y juventud vivimos parecidas experiencias que se desarrollaron en el mismo escenario.

Todo esto viene a mi memoria cuando mi condiscípulo, pues así el diccionario permite llamar a quienes hayan estudiado en el mismo centro, se dispone a desfilar por esa especie de mediática Pasarela Cibeles que tienen montada en los juzgados de Palma de Mallorca.

El colegio pertenece a los Jesuitas y está en pleno centro de Barcelona, en la calle Caspe. En el centro del inmueble se sitúan unos patios donde se jugaban auténticas olimpiadas: más de 10 partidos simultáneos de fútbol sala en los cuales mejorabas el sentido de la orientación y las dotes de fisonomista, pues el adversario podía ser cualquiera. A su vez se celebraban partidos de baloncesto en los que he visto hacer cosas que no las mejoraría Michael Jordan o Kobe Bryant y finalmente de balonmano.

Él eligió ser deportista de élite y luego decidió ser únicamente élite

Considero que a partir del balonmano surgen nuestros destinos tan dispares. Servidor respeta a este deporte pues somos campeones del mundo, pero ya en su día tuve ciertos reparos en practicarlo. Ocurre que si te pasan la pelota inmediatamente te dan un empujón. Para eso prefería el rugby que por lo menos te caes en la hierba. Claro que la hierba en la esquina de la calle Caspe con la Vía Layetana de Barcelona es un bien escaso. Pese a todo me concedí otra oportunidad situándome en la portería: la experiencia fue estremecedora. Me lanzaban impunemente unas pedradas que si las paraba me deterioraban físicamente y si no, lo hacían moralmente, pues encajaba un gol. No sabía qué era peor. Fueron unos diez minutos terroríficos que aclararon definitivamente mi mente y tuve la certeza de que ese no iba a ser mi deporte. Ya de paso, renuncié a cualquier forma de masoquismo.

Sin embargo, muchos años más tarde, el señor Urdangarin, balonazo va, balonazo viene, desde mi superpoblado patio, pasó, como otros muchos condiscípulos, al Barça y de allí, con las peripecias ya conocidas, al Instituto Nóos, que personalmente siempre me pareció que tenía nombre de algo paranormal y miren ustedes por donde, acerté.

Él eligió ser deportista de élite y luego decidió ser únicamente élite. Creo que se equivocó al olvidar principios que nos enseñaron en el «cole». En especial ese que tanto nos repetían sobre «las malas compañías». Pero en lo más íntimo de mi pensamiento deseo a mi condiscípulo y también a la Justicia que salgan lo mejor parados de este lamentable trance.

Aunque sólo sea por los recreos en los Jesuitas de Caspe.

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Paco Fochs

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