jueves, marzo 28, 2024
- Publicidad -

Teresa (Parte 1)

No te pierdas...

Son las nueve de la mañana de Lunes, empieza la semana, con una solemne tranquilidad me levanto, de igual manera preparo el desayuno, pan tostado con queso fundido y zumo natural, así está impreso en el tetrabrik.

Voy directo a una ducha rápida y refrescante, soy un hombre que me he autoimpuesto esta disciplina y rutina, para no caer en dejadeces, yo no tengo jefe superior, que me imponga ni conducta ni tarea.

Me arreglo, sigo el consejo de mi madre, ella no salía de casa, ni tan siquiera a por el pan, sin arreglarse, de la misma forma que ella me ha educado, me arreglo y me perfumo. Cuando he pasado de los cuarenta años reconozco que yo he crecido en vanidad, siguiendo con mi rutina diaria, salgo de casa para dirigirme al bar del barrio para tomar mi ración diaria de dos cafés cortados que me acompañan a repasar los titulares de la prensa, ojeo la situación del país y la región, también para enterarme de las novedades que ocurren en el pueblo, entre los vecinos que acuden a esta cafetería, los hay que saben todos los chismes y novedades de los vecinos.

Regreso a mi casa, donde tengo mi oficina, enciendo los ordenadores, impresoras y comienzo mi labor diaria: contesto correos electrónicos, compruebo la situación bancaria, miro por la ventana. Estamos en el final del otoño y la mañana está preciosa, el cielo está despejado, el sol calienta sin quemar, he decidido salir a la calle, enfrente de donde yo vivo, existe un parque, mi barrio está rodeado de parques, a este parque se le llama el parque de la Pérgola, salgo de la oficina con un cuadernillo y un lápiz, el parque está vacío, no hay nadie sentado en sus bancos, puedo elegir cualquiera de los bancos, elijo el que está más apartado del camino por donde la gente pasa para ir al cementerio.

Llevo media hora sentado en este banco y nadie me ha molestado, además de la gente que transita para acudir al cementerio para venerar los restos de sus difuntos, hay otros vecinos que vienen a este parque para pasear a sus perros.

Son las doce del mediodía, el tránsito al cementerio ha ido en aumento, es un continuo ir y venir de familiares sobre todo gente mayor que se acerca para venerar a sus muertos. Estoy en mis observaciones y divagaciones, advierto que un perro con aspecto simpático, lanudo y blanco, se me acerca moviendo el rabo, el perro parece que me sonríe, y dando la vuelta alrededor le miro, me observa y parece que quiera llamar mi atención, haciendo ruidos de los que la gran mayoría de la gente hacemos para reclamar la atención de los canes, se me acerca, le acaricio y en voz baja le hablo, como si le hablara a un niño pequeño.

– Qué hay bonito.

El perro se tumba plantándose panza arriba solicitándome que le acaricie la tripa. Percibo que es una hembra, accedo a realizar lo que mi nueva amiga me reclama. A lo lejos se escucha que gritan ¡Zuri! debe de ser la dueña de la perra.

Vuelvo a hablarle, a mi nueva amiga.

– Zuri te llamas, Zuri, qué bonita y simpática eres, pareces una perra muy lista, además de cariñosa.

Mientras le hablo no paro de acariciar su barriga, poco a poco veo como se acerca la que parece que debe de ser su dueña, sin dejar de acariciar a Zuri, en voz alta aviso a su dueña, que la perra esta conmigo,

– Zuri está aquí conmigo.

La dueña sin decir una palabra asiente con la cabeza, acercándose cada vez más hacia mí.

– ¿Te molesta la perra? ¡Zuri, déjale en paz a Salva!

A la dueña del perro le conozco, ha sido mi clienta en varias de las empresas que he trabajado, es ella la que me ha dado permiso para contar esta historia, voy ha cambiar los nombres por otros nombres ficticios, tanto a ella como a la perra.

– Teresa a mí no me molesta, es una perra muy cariñosa.

– Me extraña este comportamiento de Zuri, es raro Salva, que esta perra se acerque a los desconocidos con tanta confianza como está contigo.

– Debo de tener cara de buena persona, para los canes debo de oler a buenas intenciones, porque los niños, las mujeres y los perros siempre me cogen o les inspiro confianza, mi pareja se cabrea porque ella admite que los niños y los perros me cojan cariño y confianza, pero lo que peor lleva mi pareja es que sean las mujeres, es muy celosa, en fin creo que soy un hombre que inspiro confianza y todo se reduce a esto a confianza.

– Salva, yo me acuerdo que cuando celebrábamos los cumpleaños de mis hijos en el restaurante donde tú trabajabas, mis amigas y yo siempre comentábamos que tu tenias buena mano para manejar a los críos, mi hijo y sus amigos te tenían cariño.

– Teresa, lo que más añoro en mi vida es no haber tenido un hijo, he sobrepasado los cuarenta años y sigo haciendo tonterías y soy tan inocente como un niño.

– Salva, dónde trabajas, has tenido varios trabajos, ahora a qué te dedicas.

– Tengo mi oficina en casa, como te he dicho antes, supero los cuarenta, trabajo desde casa en publicidad, este tema a mí me aporta no solo beneficios económicos, mi prioridad, son los beneficios en creatividad, crear ideas, un ejemplo de creatividad es el marketing, otro factor importante es mi libertad.

– Me has dicho ya dos veces que superas los cuarenta, dime la verdad cuántos años tienes.

– Teresa, soy un hombre vanidoso, no me gusta decir los años que tengo, supongo que a ti tampoco te gusta revelar los tuyos, espero que guardes mi secreto, tengo realmente cincuenta años, hay gente que me echa cuarenta y tres o cuarenta y cinco, tengo suerte de mantenerme con un buen aspecto, también me cuesta un poquito mantenerme.

-Yo también te echaba por tu aspecto, tu cuerpo y tu rostro, que son los de un hombre de cuarenta años.

– Gracias Teresa, cuanto más años cumplimos comentarios como este hacen que tengamos más ganas de vivir y más nos arreglemos.

Después de llevar un buen rato hablando con Teresa, me voy a tomar la libertad de acortar el nombre de Teresa, yo creo que ya tengo la confianza para llamarle Tere.

– Bueno Tere, yo ya te he dicho mis años cuantos tienes tú.

Tere, que hasta el momento se encontraba de pie en frente de mí y de Zuri, sonríe y se sienta a mi lado, lleva puesto un vestido azul marino, largo de una pieza, la tela es ligera, estampada con flores amarillas, lleva también unas sandalias de tiras color amarillo.

– Tengo cincuenta y nueve años, cumplo sesenta en diciembre.

Dejo de acariciar a Zuri, y me recreo observando a Teresa, advierto que el vestido es de botones, los últimos están sueltos, al sentarse ha dejado a mi vista sus rodillas y parte de los muslos, que para mí gusto me parecen preciosas.

– Tere, yo creía que eras de mi edad, por aquí delante de mí han pasado crías de dieciocho o veinte años que con toda su juventud ya quisieran ellas tener tu escultural cuerpo.

– Por favor no exageres.

– No estoy exagerando, te hablo en serio.

Estamos los dos en esta conversación enviándonos halagos recíprocamente, Teresa mantiene una sonrisa pícara y nos damos cuenta que por delante nuestro están pasando dos parejas de veinteañeros con unos cuerpos dignos de ser pintados por Rubens o el maestro Botero,

Teresa y yo nos miramos y sin decir nada, pero con un único pensamiento empezamos a reírnos por esta casual coincidencia.

– Tere, viendo esto, aquí se acaba este tema, con esto tenemos que ser conscientes de que somos afortunados.

– Salva, ¿vienes al parque todos los días?

– No, no vengo casi nunca pero en otoño, cualquier día que sea igual a este de precioso, es para aprovecharlo y salir a la calle antes de que nos llegue el frio invierno.

– Yo si vengo todos los días, a partir de las doce del mediodía, a pasear con Zuri.

– Mañana haré todo lo posible por volver a venir.

Le respondo yo con una sonrisa, y en tono afirmativo.

Teresa se levanta y llama a Zuri, que se encuentra, como a unos veinte metros de donde estamos nosotros, la perra está en su paraíso, husmeando todos los rincones del parque, al grito de

– ¡Zuri!

La perra levanta su cabeza y corre hacia Teresa, como si habría pasado una eternidad sin haber visto a su dueña, salta y brinca moviendo su cola en un gesto de saludo.

Teresa se agacha delante de mi para acariciar a Zuri y también enganchar su correa, agachada en posición de cuclillas con las piernas abiertas deja al descubierto unos muslos blancos y su ropa interior blanca con encajes, yo sentado sin levantarme inclino mi cabeza para saludar y despedirme de Zuri, desde este ángulo la visión es mas amplia puedo apreciar con mas detalles su piel blanca, adivino que su piel debe de ser terciopelo, la visión de sus braguitas blancas de algodón, esta visión ha conseguido que se encienda mi imaginación y deseo.

Teresa se ha dado cuenta de su posición y suavemente cierra sus piernas dejando ahora a mi vista un ángulo mas pequeño, yo también me incorporo, los dos nos miramos con una sonrisa cómplice y pícara.

– Bueno Tere, según la televisión, la predicción meteorológica para mañana va hacer el mismo buen tiempo que hoy, yo espero verte mañana.

– Pues agur, hasta mañana.

Teresa se aleja desde mi distancia veo una silueta envuelta en su vestido ligero que se balancea sinuosamente al caminar, esta mujer con sesenta años tiene una gran carga sexual.

Estoy deseando que llegue mañana para volver a verla.

Yo también me levanto para abandonar el parque de la Pérgola, tenia que haber escrito un par de cartas comerciales, ahora mismo tengo mi pensamiento anulado, mi única obsesión es Teresa.

Envíe sus relatos eróticos a [email protected]

El Rincón Oscuro

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -