Era la cita más importante de una semana que prometía ser de perfil bajo, antes de conocer la dimisión de Esperanza Aguirre, la muerte de Santiago Carrillo, o leer el primer blog del Rey en internet. Y finalmente, la reunión entre Mariano Rajoy y Artur Mas «no ha ido bien», como ha resumido con precisión y con tristeza el presidente de la Generalitat. Y no ha ido bien porque Rajoy le ha dicho a Mas, también escueta y claramente, que no tiene margen político para avanzar en el pacto fiscal.
Los espacios se habían ido achicando en los días previos hasta límites tan estrechos que era difícil imaginar un éxito, salvo para un optimista patológico. El giro de Artur Mas, tras coger la bandera de la manifestación multitudinaria de Barcelona y hacer suyas las aspiraciones independentistas expresadas por cientos de miles de catalanes empeoraron las cosas. Si para Rajoy asumir un pacto fiscal con Cataluña ya era una complicación que podía soliviantar a otras comunidades autónomas, se convirtió en imposible cuando el presidente catalán lo presentó como la primera piedra de esas estructuras de Estado de las que quiere dotar a su comunidad.
Se avecinan tiempos complicados. Para Rajoy, por supuesto, porque lo último que necesita es que se le abra un nuevo frente territorial en un panorama económico y social que sigue siendo complicadísimo. Y para Artur Mas, porque ha emprendido un camino de muy difícil gestión. Adelante o no las elecciones, cuando se produzcan tendrá que despejar definitivamente ante los ciudadanos si su aspiración independentista se convierte en promesa electoral. Si lo hace, tendrá complicaciones con su socio, Durán i Lleida, que hace solo cinco meses proclamó que la independencia «ni conviene ni interesa» a Cataluña. Pero si no lo hace decepcionará a quienes han creído sus últimas palabras.
Isaías Lafuente-Estrella Digital
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