El paso del amor al odio se produce en muy pocas horas y, en el mejor de los casos, en muy pocas semanas. En estos momentos estamos asistiendo a una petición de divorcio por parte de Cataluña, que creíamos que era un farol de los políticos para lavar sus vergüenzas presupuestarias y sus orgías de subvenciones. Pero la demagogia ha tenido eco y ahora no tienen más remedio que arrostrar el compromiso que habían pronunciado con la boca pequeña.
Ningún divorcio es fácil. Ni civilizado. Tengo un alto porcentaje de amigos que decidieron divorciarse y la mayor parte de ellas, y de ellos, me aseguraron que iban a protagonizar un divorcio civilizado. Y así parecía al principio. Pero hoy ninguno se dirige la palabra con su antigua pareja, o, si lo hace, porque hay todavía hijos de por medio, lo llevan a cabo en la más estricta frialdad.
No nos engañemos. Ha comenzado un proceso a cara de perro que no va a arreglar un problema que antes no existía porque a los políticos les pagamos para que solucionen problemas, pero son especialistas consumados en crearlos.
Artur Mas, si lo desea y tiene agallas, puede declarar mañana a Cataluña como Estado Independiente, tal como hizo Companys. Claro que aquella aventura terminó mal, porque el capitán general de Cataluña, Domingo Batet Mestres, declaró el estado de guerra y tomó la Generalitat. El ensueño les costó la vida a más de cien personas, porque unos izan las banderas y otros mueren, unos azuzan a las masas y alguien de la masa, con nombre y apellido, con madre y con hermanos, termina de forma abrupta lo que creía que iba a ser una gloriosa biografía. Pero no son las armas las que carga el diablo, es el diablo el que está detrás de la demagogia y de los divorcios. Pero eso sólo se sabe cuando los protagonistas han dejado de ser civilizados.
Luis del Val-Estrella Digital
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