martes, abril 23, 2024
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El crimen como espectáculo

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Es terrible que un suceso tan dramático como es el asesinato de dos niños pequeños termine por convertirse en un recurso para el debate desaforado en las horas más bajas de un verano que se extingue. Y lo es porque el debate no se plantea sobre el tremendo sufrimiento que aqueja a una familia que está padeciendo los más pavorosos acontecimientos en primera persona, sino sobre los procedimientos en la investigación de las causas que los han llevado al dolor.

Es posible que esto sea inevitable: en una sociedad mediática todo es susceptible de ser convertido en objeto de polémica. Y más aún en una sociedad de la información que si se caracteriza por algo es por el libre albedrío de la opinión. Seguramente es imposible poner límites morales al entretenimiento que subyace en gran parte de este debate, y simplemente debería corresponder a una cuestión de ética personal el comportamiento en el manejo de los datos que completan la información.

Pero la realidad nos enseña, una vez más, que el juego abierto de la discusión sobre el qué, el cómo y por qué no conoce ataduras y que llegados a un punto de efervescencia de la noticia, todo el mundo se siente con autoridad suficientepara establecer juicios acerca de tal o cual elemento que determina el caso.

Insisto en que los límites no pueden venir impuestos por una reglamentación contra natura, pues uno de los valores que establece la mayoría de edad de nuestra sociedad se encuentra en las libertades de expresión, información y opinión. Bastantes tentaciones hay ya de manipular y encorsetar la realidad al gusto del gobernante de turno como para que en asuntos que poco o nada tienen que ver, al menos en apariencia, con la política, se introdujeran normas que coartaran la libertad de todos nosotros para reflejar nuestra forma de ver las cosas.

Llevamos ya varios días asistiendo a un espectáculo que poco o nada tiene que envidiar a otros precedentes, también relacionados con crímenes horrendos y con la voluntad de sujetos poco o nada cualificados para establecer juicios de valor o juicios paralelos sobre cosas pendientes de ser juzgadas. Hay una larga “jurisprudencia” social de errores demostrados sobre conclusiones establecidas al calor de los momentos más dramáticos de un caso criminal. Ha habido en más de uno que envainársela de forma contundente y que arrojar al cubo de la basura doctas interpretaciones de hechos a los que les faltaba la minuciosa diligencia de una investigación sosegada y de valor empírico suficiente para establecer resultados finales convincentes. Y justos.

Este espectáculo creado con la complicidad de la cadena amiga y de un sorprendente Ministerio del Interior entregado al carnaval de valoraciones, adquirió la otra noche el punto más inverosímil cuando el jefe de la investigación que se sigue sobre el asesinato de los niños Ruth y José, se presentó en un plató, de uniforme, y se sometió a la habitual rueda tumultuosa de contertulios inspirados por la conciencia de su notoriedad personal en un debate enloquecido. Y fue con el mismo rigor, pero con un oficial de Policía de cuerpo presente, que se tiene cuando se tratan los cuernos de tal o cual famosa de turno. Fue un ejercicio de libertad – que quede claro -, pero de los que llenan de miseria nuestra conciencia colectiva. Durante unos minutos se permitieron determinar la petición que habría de hacer la fiscalía, analizaron psiquiátricamente al sospechoso y fueron peritos en la reconstrucción de los hechos supuestos.

Insisto una vez más en la inconveniencia de condicionar nuestras libertades. Ni siquiera me parece mal que se produzca una reflexión sobre el asunto, máxime con la notoriedad adquirida por el caso, ni mucho menos que no se de información exhaustiva de la evolución de este, faltaría más; pero lo que sí creo de justicia demandar es rigor en el contenido y prudencia en la presentación. Algunos medios han disfrutado esta semana de la oportunidad de convertirse en noticia por sí mismos a partir de la noticia del drama. No creo que sea la función de nadie adquirir por su actitud la condición de protagonista más allá del lógico protagonismo que corresponde al suceso, y menos aún difundir conclusiones a la ligera o buscar relevancia propia provocando no ya un juicio paralelo, sino una ejecución en la plaza pública, al gusto de los instintos más primarios. Esa actitud, dicho con todo respeto, no denota interés por las víctimas ni voluntad de justicia, sino afán de provocación para lograr mejores resultados en el negocio. Así lo creo.

Todo apunta, a pesar de todo, a que más allá de los aún presuntos errores policiales, se produzca pronto una conclusión de la investigación y ojalá, con ella, cese esta actitud de la sociedad de recrearse en el sufrimiento de una parte de ella, la más débil: las víctimas, y de aprovechar el dolor ajeno para hacer un vergonzoso ejercicio de mercantilismo con este de tal forma que la verdad del sufrimiento pase a un segundo plano para ocupar el primero aquel que más grita y el que más iracundia ofrezca.

Como bien dice una compañera nuestra, sobran demasiados adjetivos, y añado que falta prudencia, mesura e inteligencia para llevar al criminal ante la justicia con todas las consecuencias que la Ley, con mayúsculas, permita y para mostrar respeto y consideración por el dolor de las víctimas, más allá de los caprichos interesados en convertir el suceso en una oportunidad para colocar postulados propios como si fueran el sentir de toda una comunidad que aún asiste perpleja a todo lo que está pasando.

Ojalá que no sea tarde para reparar este desaguisado acelerado en las últimas horas. Con esto, inevitablemente, termina el verano y edén se pierde en la memoria.

El jardín del Edén

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