jueves, abril 25, 2024
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Fútbol y sexo, los sábados

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Todos los sábados fútbol. Siempre lo han puesto, pero no siempre lo hemos visto. Era otra época, mucho antes, sin niños, más jóvenes, más alegres, más audaces, más tierno el amor, más alegres las noches; él y yo. Pero ahora todas las tardes hay fútbol. Y desde este año, con los amigos sentados en los sofás, en el sillón y las sillas del comedor. Humo, cerveza y aperitivos.

Yo riego las plantas, coloco la habitación del niño, recojo la cocina y de vez en cuando me asomo a la sala. Recojo los ceniceros, cambio los platos, repongo con cerveza los vasos. Se nota el ritmo del partido acompasado al ritmo que alcohol impregna en ellos. Levantan la voz, beben y se enfurruñan una y otra vez.

La verdad es que es un trámite. Hasta el sábado pasado. Los niños habían ido a casa de la abuela y estábamos los dos solos. No pensaban venir sus amigos y descartamos ver el fútbol. ¿Seguro? Seguro. Y nos tumbamos en el sofá. Hacía calor, la ventana estaba abierta. Entraba el murmullo de la noche y corría una brisa ligera. Le abracé. Me besó. Agarré su camisa, acaricié su pecho. Lo besé. Él me recogió el pelo con fuerza, levantó mi cabeza, hundió su boca en mis labios húmedos. Nos entrelazamos en un abrazo intenso. Me desabrochó la camisa, acarició los pechos erguidos por el frío que corría entre nosotros y el ardor que salía de nuestros cuerpos. Me desabrochó el pantalón mientras yo bajaba su cremallera. Crecía el calor entre nosotros. Era un momento de pasión.

Sonó el timbre, nos levantamos. Me tapé y él fue hasta la puerta. La sorpresa nos esperaba: sus amigos. Estaban borrachos y querían ver la final de baloncesto. ¿Es hoy? Es ahora, contestaron. Yo, en el sofá, corría para abotonarme la camisa, ordenarme el palo, bajarme los calores. Busqué las zapatillas, me levanté y quise ir a la cocina. Oí la voz de Carlos – Ya sé dónde está el bañó- pero yo había entrado antes en él. Escuché de fondo el ruido de la tele: ya estaban todos sentados en la sala. Imaginé la escena y cerré los ojos. No quitaba de mi mente las manos cálidas que acariciaban mis senos, que se escurrían por mi cuerpo, me apretaban con fuerza y empujaban mi cabeza hacía sus piernas. No nos había dado tiempo, pero yo seguía encendida. En mi mente siguió discurriendo la misma escena: desabroché su pantalón, lo bajé, acaricié su miembro erguido, lo devoré. Me miraba en el espejo, desabotoné la camisa, me toqué.

Carlós golpeaba suavemente la puerta ¿Vas a tardar? No, ya salgo. Me arreglé ligeramente y pensé en salir encogida a la habitación. Al abrir él estaba allí. Me miró: le brillaban los ojos, me miró al pecho; los pezones de punta golpeaban contra el tejido, las perlas de sudor inundaban mi frente. Le miré y vi cómo me miraba, me escurrí entre sus brazos que me agarraron – No corras, no voy a hacerte nada- se me abrió la camisa y quedaron al descubierto mis pechos.  Sentí su excitación y no forcejé para cerrarme la camisa. Me fui a la habitación dejándolo clavado con la mirada extraviada en su visión. Pensé en cambiarme mientras los gritos animaban cada una de las canastas.

Al quitarme los pantalones recordé el miembro duro intentando abrirse paso en el pantalón mientras me miraba: me llevé la mano al sexo: antes de hacer nada, ya estaba teniendo un orgasmo. En ese momento se abrió la puerta y con el mismo ímpetu se cerró. ¿Qué haces Carlos? Disfrutar del sábado creo que dijo y me llevó con facilidad hacia su entre pierna; me arrodillé y con la misma facilidad que yo lo hice antes, él se vino sobre mí. Vete, le dije. Y se fue sonriente y satisfecho. Me corrí de nuevo ante el espejo.

El partido terminó, los amigos se fueron. Nos fuimos a la cama. Nos abrazamos. El estaba borracho pero me atacó con una pasión desenfrenada: hicimos el amor mientras yo no podía quitar de mi cabeza la situación vivida en ese mismo sitio unas horas antes. Nos besamos, nos abrazamos, me penetró y cuando ya me había ido varias veces en un mar de sudores y calores me agarró la cabeza y empujándola a su sexo a punto de estallar, me dijo jadeando: ahora trágate también la mía.

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El Rincón Oscuro

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