sábado, abril 20, 2024
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El perdón y el olvido, un camino personal

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Consuelo Ordoñez, hermana de Gregorio Ordoñez, concejal del PP asesinado brutalmente en presencia de María San Gil, ha estado con quien ordenó semejante atrocidad. Lo ha hecho de manera voluntaria y después de un largo período de reflexión personal. El victimario accedió al encuentro que, con seguridad, no ha tenido que ser cómodo para ninguno de los dos.

Consuelo Ordoñez ha afirmado que Lasarte se ha mostrado arrepentido pero que ella ni olvida ni perdona. Hay, sin embargo otras víctimas, pocas, que al parecer y sin necesidad de encuentro alguno, en el fondo de su alma, bien por convicción religiosa, bien porque necesitan pasar página, han optado por el perdón aunque no por el olvido -imposible olvido- del ser querido asesinado.

Si hay víctimas -conozco alguna- que han perdonado, no hay que descartar que haya terroristas -pocos, poquísimos- arrepentidos de verdad por el daño causado. Pero no hay ley que pueda obligar a unos a perdonar y a otros a arrepentirse. Esto del olvido, el perdón, el arrepentimiento, es un camino personal, un proceso íntimo e intransferible que convendría no banalizarlo y, ni mucho menos, convertirlo en un espectáculo mediático.

Aún en el supuesto poco probable que ETA anunciara su disolución, el camino por recorrer para resteñar heridas y más que heridas, es inmenso. Las víctimas dispuestas a perdonar no traicionan a nada ni a nadie. De manera personal e intransferible creen que es mejor para sus vidas optar por el perdón, pero aquellas otras que no están en esa disposición no merecen reproche alguno. ¿Cómo reprochar que no se perdone a quienes de manera gratuita y cruel han truncado una vida?. ¿Cómo contemplar con sonrisa que quienes han callado y alentado  el asesinato de un ser querido hoy sean acreedores de todos los derechos imaginables?

Entre los terroristas, se cuenta con los dedos de la mano aquellos que de verdad puedan estar arrepentidos y sientan dolor por el dolor causado, pero, al parecer, los hay. Son pocos, muy pocos, porque el ejercicio de la violencia embrutece a quien la ejerce. Le desprende de cualquier sentimiento de compasión. Para ellos, sus víctimas eran objetivos, no personas y mientras no se arrepientan y no pidan perdón, están bien donde están y cómo están. En la antigua Roma el Cesar de turno tenia la potestad de la clemencia; es decir, del perdón, de manera que el perdón no es un concepto exclusivamente cristiano como gusta decir a algunos socialistas. Los terroristas no tuvieron clemencia y la inmensa mayoría continúa sin tenerla.

Desconozco el alcance que puedan tener encuentros como los protagonizados por Manrique, herido en el atentado de Hipercor o por Consuelo Ordoñez. Lo que sí sé y conviene no olvidar, aunque algunos estén en ello, que en esta macabra historia ha habido víctimas y verdugos y «restaurar la convivencia» como gusta decir en algunos círculos políticos vascos es una asignatura pendiente, no de las víctimas, sino de los verdugos y no hay ley, congreso o consenso que pueda imponer ni el perdón ni el olvido.

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Charo Zarzalejos

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