Era época de reyes y reinas. Época de pestes y epidemias. De espesos bigotes y cancanes. Era 1858, y Alonso Martínez, ministro de Fomento. La madrileña calle de San Bernardo celebraba oficialmente la llegada del agua a la ciudad. El Canal de Isabel II veía resultados tras siete años de construcción. Había que llevar el agua a la capital del Reino, una ciudad que los viajeros tildaban de apestosa y sucia. Era una utopía. Había que canalizar el agua a través de 70 kilómetros de tierra desde el río Lozoya. Ni ciudadanos, ni ayuntamientos creían en la proeza. Pero la Reina Isabel II, con Juan Bravo Murillo como pilar derecho y un equipo de ingenieros al lado izquierdo, construyó la obra de ingeniería más importante para los madrileños desde 1851 a nuestros días. Hoy, el Canal de Isabel II presume de 14 embalses, 940 millones de metros cúbicos de agua, 13 estaciones de tratamiento, 262 depósitos y una excelente calidad del agua.
Cuando la Reina Isabel II comenzó esta hazaña sólo había un objetivo; llevar el agua potable a los ciudadanos. Cuando el Gobierno de Esperanza Aguirre se hace cargo de ella, el objetivo es otro; obtener beneficio con el agua potable de los madrileños. Y después de 154 años de gestión de agua, el Canal se desmembrará. El pasado jueves, el Ejecutivo madrileño aprobó la creación de la Sociedad Anónima ‘CYII Gestión’, una empresa participada en un 80% por la propia Comunidad de Madrid, en un 10,5% por el Ayuntamiento de la capital y en un 9,5% por el resto de los municipios de la región. La gestión del agua pasa a una empresa valorada en 3.300 millones de euros, creada con capital cien por ciento público y puesta también en manos públicas, pero su creación suena a la antesala de la privatización. Comunidad, capital y municipios podrán sacar a bolsa las acciones o vender su participación al mejor postor. Al que más les beneficie, al que más les interese. Y en este supuesto, que deja de serlo conociendo las intenciones del Gobierno regional de privatizar la empresa desde 2008, a los madrileños no les queda otra que confiar en que los futuros dueños se preocupen tanto por la captación, depuración y distribución de este recurso, como hasta el momento.
A Isabel II de Borbón la llamaban la Reina de los tristes destinos, y los hechos demuestran que la historia aún le guardaba otro. Fue la única mujer que reinó en España, ignorando que la única mujer que gobernaría Madrid arruinaría su gran obra.
Editorial Estrella