La decisión de los sindicatos de convocar una huelga general el próximo 29 de marzo es un ejemplo más de la huida hacia adelante a la que nos tienen acostumbrados. CC.OO. y UGT han perdido la noción de los tiempos desde hace ya mucho y no parece que vayan a recuperarla de manera inmediata. Deberían mirar lo que ocurrió en la última huelga general convocada el 29 de septiembre pasado. No supuso el éxito que esperaban, pues la inmensa mayoría de los trabajadores necesitaba otra respuesta. En esta ocasión puede que ocurra lo mismo. Si los propios trabajadores son los que han dado la espalda a los sindicatos, deberían mirárselo. Con el tiempo, las dos centrales se han convertido en una clase elitista, acomodada y sin más interés, por paradójico que parezca, que el conservadurismo de sus estructuras. Su posición dominante y privilegiada les ha impedido situarse en el siglo XXI y ejercen un sindicalismo propio de la Revolución Industrial.
La reforma laboral, contra la que han convocado esa jornada de movilización, puede ser el único instrumento que alimente las esperanzas de los jóvenes en paro y los adultos sin trabajo. En definitiva, cinco millones de españoles.
La crisis económica mundial que, en nuestro país, se ha cebado como en ningún otro sitio con el empleo, requiere medidas contundentes y arriesgadas. Y esta reforma laboral lo es, pues permite que los empresarios pierdan el temor a la contratación y a los jóvenes acceder al mercado de trabajo. No es la mejor reforma laboral, probablemente, pero es la reforma laboral que en este momento necesita España porque no nos podemos permitir esta sangría de parados.
Como ha dicho la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaria, “la huelga no es la solución a la grave situación del país”.
No es hora de huelgas, sino de arrimar el hombro.
Editorial Estrella