jueves, marzo 28, 2024
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El tranvía de Tomás Gómez

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Hubo un día en el que Tomás Gómez fue el alcalde más votado de España. Transformó una ciudad dormitorio próxima a Madrid en un lugar agradable donde vivir. Hasta que gobernó Gómez, el pueblo sureño de Parla era una localidad aislada en mitad de la nada, sin equipamientos colectivos suficientes, caracterizada además por el fracaso escolar y un porcentaje muy alto de embarazos adolescentes, también por el tráfico de drogas y su cortejo de toxicómanos. Una muestra más del desarraigo social provocado por el desarrollismo incontrolado en la década prodigiosa. El joven munícipe se remangó y consiguió enderezar la situación. Los habitantes de Parla se lo agradecieron votándole masivamente. Tan contento con lo hecho estaba Gómez, que les prometió un tranvía. Y cumplió: el invento, eléctrico y reluciente, circuló por las avenidas de Parla. Gómez administró su particular burbuja inmobiliaria y los bloques de pisos crecieron sobre los campos de labor hasta llegar a las vías del AVE. En vista del éxito obtenido, Gómez se sintió llamado a redimir las penurias de sus compañeros en la Comunidad de Madrid. Se presentó como la gran esperanza para el futuro de una federación acostumbrada al desastre.

El PSOE madrileño viene refugiándose en la oposición al PP desde que Tierno se murió y Leguina se desgastó después de consumir tantos años como Presidente de Madrid, laminado siempre por algunos colegas y abrazado hasta el ahogo por el oso de Izquierda Unida. Desde entonces, y aún antes, estos socialistas no se saludan fraternalmente, se dedican a sacarse las tripas los unos a los otros, en público y en privado. Se fusionaron malamente en plena transición a la democracia, cada cual de padres distintos, obligados por las penurias económicas y el voto útil. Aquel despunte se ha descosido repetidamente y cada oveja busca a su pastor cada vez que atardece. Cohabitan guerristas, renovadores, independientes de postín, convergentes, terceras vías y comunistas reciclados. Un conglomerado de ambiciones y protagonismos particulares que ha terminado por espantar a los ciudadanos.

La Federación madrileña del PSOE no puede culpar a Zapatero de sus desgracias: las derrotas repetidas y aumentadas comenzaron hace veinte años, cuando no había crisis y Zapatero era un diputado del montón ajeno a las trifulcas de esta parte del partido. Zapatero sacó al PSOE de las catacumbas y lo llevó hasta la Moncloa, pero en Madrid seguían empeñados en combatirse y en aislarse de una sociedad que paradójicamente era de centro-izquierda. Han perdido todo el poder: el ayuntamiento capitalino, la presidencia de la Comunidad y las plazas emblemáticas del llamado cinturón rojo. Por si esto no fuera suficientemente malo el nivel de votos obtenidos se va empequeñeciendo sin parar.

En este aquelarre se han quemado todos los brujos: Barranco, Morán, Almeyda, Lissavetzky, Simancas o Sebastián. Otros, más intuitivos o más listos, consiguieron retirarse a tiempo. Me refiero a Gregorio Peces-Barba, Pepe Bono o Javier Solana. No probaron la cicuta que las distintas agrupaciones tenían reservada para ellos. Parece como si se hubieran instalado en la oposición y disfrutaran en los despachos calentitos de la ejecutiva, con su secretaria y el coche del partido, los cargos bien pagados en los consejos de administración de las empresas públicas, del escaño en la Asamblea de Madrid o en las concejalías destinadas a los perdedores. Hace tiempo que no les veo en los tajos, en las empresas de los polígonos industriales o en las movilizaciones populares del personal sanitario y docente.

Ahora tienen que elegir secretario general y Tomás Gómez quiere seguir en el machito, con esa pinta de galán de película española que Dios le ha dado, ignorando el descenso de votos más importante de la historia reciente, y sin un solo argumento sólido, que yo le haya escuchado, con el que enfrentarse a los proyectos individualistas, ultraliberales y privatizadores de doña Esperanza Aguirre. Tendrá la mayoría simple de los delegados, pero con ese apoyo seguirá paseándose por la Gran Vía, tan lejos o tan cerca del palacio de la Puerta de Sol que ocupa Aguirre. Sin embargo, Gómez siempre podrá vender un tranvía…el de Parla.

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Fernando González

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