miércoles, abril 24, 2024
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Tangana valenciana

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En Valencia, lo que empezó siendo una protesta de estudiantes de instituto ante la falta de calefacción en las aulas, va camino de ser una revuelta. Las cargas policiales, desproporcionadas, a juzgar por las imágenes servidas por la televisión, han cebado la mecha de un conflicto que pinta mal. Pinta mal porque el eventual contagio a otras ciudades (ya han sido anunciadas concentraciones solidarias) podría derivar en un conflicto de proporciones desconocidas. Un conflicto como el que se dio en los años ochenta del siglo pasado cuando en Madrid se hizo tristemente famoso el «Cojo Manteca». La mezcla entre los estudiantes de individuos marginales pertenecientes a los llamados colectivos antisistema agrava el perfil del conflicto porque hace muy difícil discernir los límites del problema que ha pasado de una protesta estudiantil a un ensayo de revuelta. Las declaraciones de un jefe policial tildando de «enemigo» a los estudiantes, no favorecen en modo alguno la reconducción del asunto.

El ministro del Interior (Jorge Fernández Díaz) debería aprovechar la comparecencia parlamentaria que solicita la oposición para aportar la serenidad que reclama el problema. Abrir una investigación para ponderar si la actuación policial ha sido o no desproporcionada, no puede ofender a nadie. Vivimos en una democracia y los servidores de la cosa pública están al servicio de los ciudadanos. Para garantizar, al tiempo, dos derechos: el de libre circulación que asiste a todos los ciudadanos y el de manifestación. Los policías son profesionales que han pasado por esa situación en cientos de ocasiones sin que la cosa haya dado que hablar. A juzgar por lo visto, esta vez no ha sido así. Las fotos de algunas de las cargas policiales en Valencia  inundan la Red, dan la vuelta al mundo y no favorecen la buena imagen de nuestro país. En un mundo en el que la apariencia sustituye al ser, conviene no dar facilidades a quienes podrían juzgar el todo por la parte. En términos de orden público, hoy por hoy, afortunadamente, España no se parece en nada a Grecia.

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Fermín Bocos

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