viernes, marzo 29, 2024
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Las semillas del cambio

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Los organizadores del Foro Económico Mundial fueron lo bastante autocríticos este año para organizar grupos de trabajo en torno a temas pesimistas como «¿Fracasa el Capitalismo?» o «Riesgo Global 2012: Las Semillas de la Antiutopía». Y éstas son solamente las más recientes de una serie de meditaciones anuales celebradas aquí en torno a los problemas del movimiento de globalización que simboliza la conferencia.

Es difícil hacer de filósofo Spengleriano convincente entre tanta buena comida y bebida, por no mencionar el dinero. Pero vamos a considerar una faceta de lo que se vendría en llamar «la Antiutopía de Davos» — a saber, la forma en la que los contactos entre la élite a la que representa la conferencia han servido de forma no intencionada para minar la cohesión social del mundo en general. Al mismo tiempo que la élite se ha relacionado mejor, el resentimiento hacia ella ha crecido aparentemente en sus países de origen — alimentando el descontento.

Las pesimistas sesiones de Davos fueron un reconocimiento de que 2011 fue el año del indignado — del movimiento Occupy Wall Street al movimiento de protesta fiscal tea party, pasando por la Primavera Árabe y los disturbios callejeros de Londres y Grecia.

¿Cómo funciona pues este ciclo de globalización y desconexión simultánea? Lo que se ven por aquí son algunos de los líderes políticos y empresariales más despiertos del mundo, reunidos para debatir problemas comunes. Es una sensación embriagadora, ver tanto talento global en un solo lugar. Y cada vez más, esta élite comparte contactos con instituciones globales destacadas — universidades como Harvard o Stanford, empresas como Google o Microsoft, gigantes financieros globales como Goldman Sachs.

Es un elitismo incluyente: el imán atrae a los pujantes magnates de los países en vías de desarrollo y los fusiona con los estadounidenses, los británicos, los teutones y los galos, antes mayoritarios. Ése es el rasgo más simpático del foro, la forma en la que chinos e hindúes y egipcios y paquistaníes recorren las calles arrastrando los pies con sus botas de descanso, junto a los anfitriones suizos. Ellos forman parte del mundo conectado, exactamente en la misma medida que los banqueros y los consejeros delegados de Occidente de los de toda la vida.

 Pero pensemos un momento en la otra cara de este proceso. A medida que «lo más granado» del mundo en vías de desarrollo se conecta al entramado global, inevitablemente se desconecta de sus redes políticas, empresariales y culturales de contactos locales. Es una versión más sutil de lo que se solía llamar «fuga de cerebros». Los emprendedores dejan sus negocios en casa, donde están ganando el dinero, pero sus hijos y ellos se unen a la élite global en un tupido entramado de hoteles Four Seasons y facturas de matrículas en centros universitarios de las exclusivas ocho antiguas.

¿Y en casa? La indignación empieza a bullir. La indignación contra la élite es un fenómeno global en estos tiempos — igual de poderoso en América que en Egipto. La gente acusa un sistema que saca cada vez más réditos al poder y los privilegios, y toma las calles en protesta. En regiones como el mundo árabe, donde la élite viene estando especialmente desconectada de la población, la indignación puede explotar en revolución.

¿Por qué cree usted que los líderes chinos están tan nerviosos? Ellos saben que mmil millones de personas de las regiones interiores del país están siguiendo a la élite china en televisión, y envidiando a los nuevos ricos de Shangai y Cantón, que adquieren juegos de maletas Louis Vuitton para sus desplazamientos al extranjero. Ése es el motivo de que los chinos hablen tanto de «crecimiento equilibrado» — repartir parte de la nueva riqueza, y paliar el resentimiento contra los ricos que pueblan las ciudades costeras.

Las personas que están ocupando el vacío de poder, a medida que las corruptas élites locales de Egipto o Túnez van cayendo, son las que nunca habrían sido invitadas con anterioridad a Davos. Proceden de colectivos excluidos, como la Hermandad Musulmana. Pero su separación misma de la élite global era una razón de que los insurgentes se pudieran aliar con tanta eficacia con la opinión pública: ellos nunca se desconectaron del grupo local; permanecieron en las mezquitas y los zocos callejeros, entre la masa.

Pero esta es la parte más interesante — y el motivo de que el proceso de globalización conserve su dinamismo. Casualmente resulta que algunos de los principales revolucionarios de 2011 estaban también en Davos la pasada semana, como para reclamar su sitio. Entre los debates más interesantes celebrados aquí hubo uno que incluyó a Abdel Moneim Aboul Fotouh, un antiguo miembro de la Hermandad Musulmana que ahora se postula a presidente de Egipto, y Rached Ghannouchi, co-fundadora del movimiento al-Nahda que se hizo con el poder en Túnez.

Es este proceso de auto-renovación lo que permite sobrevivir a un sistema. Los viejos capitalistas egipcios del enchufe, con sus grandes puros habanos, habían desaparecido de Davos este año, reemplazados por los Hermanos Musulmanes. Y su mensaje a la banca y los magnates fue que los nuevos Egipto y Túnez celebran la inversión extranjera. Con suerte, los insurgentes podrán encontrar la forma de estar vinculados a los dos grupos de personas al mismo tiempo.

David Ignatius

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