miércoles, abril 24, 2024
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La campaña «por la renovación americana»

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La temática de la política exterior que debería de dominar la campaña presidencial de este año es «la renovación americana». Cada candidato afirma tener una estrategia para atajar el declive del país, pero sus versiones a menudo se reducen a «más de lo mismo», cosa que no va a funcionar.

A modo de debate fresco de lo que exigiría realmente a lo largo de las próximas décadas un refuerzo de la fortaleza estadounidense, recomiendo un libro nuevo de Zbigniew Brzezinski, el antiguo asesor de seguridad nacional del Presidente Jimmy Carter, titulado «Visión Estratégica». Aunque trabajó para un presidente que acabó por encarnar el «malestar» estadounidense de finales de los 70, Brzezinski se ha situado siempre en el ala militarista y «realista» de su formación, y en este libro se muestra especialmente crítico con las políticas conformistas.

Un toque de atención del libro de Brzezinski es que existen «parecidos alarmantes» entre América hoy y la Unión Soviética justo antes de su caída, incluyendo «un sistema gubernamental paralizado incapaz de implantar revisiones legislativas de importancia», un presupuesto militar agobiante, y un intento fallido «de conquistar Afganistán durante una década».

La esencia de la estrategia de Brzezinski es que América tiene que consolidarse lo suficiente para actuar «como socio responsable del pujante y cada vez más asertivo Oriente». Concibe un futuro papel estadounidense de «equilibrador» y «conciliador» entre países asiáticos que, a su aire, se meterán en catastróficos enfrentamientos.

Para alcanzar este renacimiento, Brzezinski aduce que Estados Unidos tiene que trabajar estrechamente con países como Rusia o Turquía para levantar lo que él llama un «Occidente ampliado». Si Estados Unidos trata de intervenir de forma demasiado audaz, o demasiado mansa a la hora de acomodar a las potencias emergentes, está abocado a tener problemas.

Aquí llegamos al corazón del debate político en esta campaña presidencial: ¿Qué significa «fortaleza» americana en el siglo XXI? ¿Es una recuperación de la clase de privilegios y fuerza que tenía Estados Unidos, pongamos, en los años Reagan? ¿O es algo más alineado con los cambios en el equilibrio global? Brzezinski sería partidario de lo segundo, pero examinemos lo que están diciendo los candidatos.

En cada debate Republicano, se escuchan insistentes llamamientos a la restauración de la fortaleza estadounidense entre los favoritos, Mitt Romney y Newt Gingrich. Evocan una Arcadia perdida, e insinúan que Estados Unidos puede reclamar su posición extraordinaria de «ciudad sobre la colina» bíblica, que se levanta por encima de los demás países.

Las recetas Republicanas concretas implican sobre todo manifestaciones de fuerza: más presión militar sobre Irán; más acciones encubiertas de la CIA contra Irán, Siria y los demás rivales; políticas comerciales más duras con China. El tema implícito es que los esfuerzos del Presidente Obama por restañar malentendidos con aliados y trabajar a través de las Naciones Unidas son síntomas de debilidad, y que una América fuerte tiene que liderar desde el frente.

El problema de la versión Republicana es que América ya está acalambrada de manifestaciones de fuerza, y necesita de buenos aliados para ejercer influencia con eficacia. Si Brzezinski está en lo cierto y un «Occidente ampliado» exige de la cooperación con Rusia y Turquía, entonces parte de la retórica Republicana relativa al excepcionalismo resulta contraproductiva, poco más que pretenciosidad vana. Obama ha empezado realmente la labor de cultivar las relaciones con estos nuevos socios, con su «relanzamiento» con Rusia en 2009 y su diplomacia paciente con Turquía.

Los candidatos Republicanos parecen despreciar en ocasiones el clima político global, y manifiestan el carácter romántico y avezado del ala neoconservadora de la formación. Romney, por ejemplo, restaba importancia a la idea de negociar la paz con los talibanes, postura que rechazan hasta sus propios asesores. En Oriente Próximo, Gingrich desprecia la solución de dos estados preferida por todos los demás países (Israel incluido), llamando a los palestinos «un pueblo inventado» que, presumiblemente, no merece un estado. Esa clase de retórica es tan ajena a lo convencional que constituye el equivalente estratégico a prescindir de las aspiraciones a ocupar la presidencia.

En cuanto a la visión estratégica de Obama, suena mejor de lo que actúa. Él comprende que la economía estadounidense precisa de reconstrucción, pero no ha promulgado las legislaciones contundentes que abordarían la deuda, el decadente estado de las infraestructuras o la mala educación pública. Echar la culpa a la parálisis legislativa no es una estrategia, es una excusa. Obama salió elegido para hacer que volviera a funcionar la administración pública. Si no sabe hacerlo, otro debería intentarlo.

Una crítica parecida se vierte contra la política exterior de Obama. Dio esperanzas dentro y fuera del país porque proponía resolver problemas enquistados, como la cuestión palestina. En la realidad, metió la pata. Su política de Afganistán es una chapuza, y eso siendo amables. En esta campaña, Obama tiene que explicar cómo va a conducir a América más allá de las viejas consignas y políticas conformistas hasta una era de renacimiento nacional genuino.

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David Ignatius

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