jueves, abril 25, 2024
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Oráculos fatalistas

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Cuando ya hace algo más de una década que superamos las más pesimistas y catastrofistas predicciones milenaristas que auguraban equivocadamente lo peor, entramos por fin en el famoso 2012, el año del fin del mundo. O al menos eso es lo que aseguran algunos para dentro de 50 semanas, durante el solsticio de invierno.

A decir verdad, no pensaba hablar de ello. Sólo en internet se supera con creces la cifra de las dos mil millones de referencias a la mítica fecha, desde las profecías del calendario maya, las de los indios hopi o las basadas en el oráculo chino I Ching, a las más negras previsiones de la actividad solar o la temida inestabilidad de las placas tectónicas.

Sin embargo, y a la vista de lo acontecido durante los pocos días que han transcurrido del nuevo año, uno llega a plantearse si realmente no existe algún fundamento sensato en todas esas profecías apocalípticas. Allí donde no ha sucedido algo realmente estremecedor, es el propio ser humano el que lo propina con su intervención. Volcanes en erupción, seísmos devastadores, previsiones de una desmesurada actividad solar, malestar continuado en Oriente Medio, insospechadas consecuencias de una crisis económica sin precedentes, conflictos bélicos por doquier, y un largo etcétera que no voy a continuar citando para no acabar de deprimirme. Incluso Web-bot, un ya famoso programa informático que traduce el pulso de internet en datos, apunta a diciembre de 2012 como la fecha en que tendrá lugar un cataclismo que devastará el planeta, posiblemente, a causa de una inversión de los polos magnéticos de la Tierra o a una pequeña serie de ataques nucleares como preámbulo de un gran ataque final.

Convendrá conmigo, respetado lector, en que motivos para preocuparse no faltan. Y es que parece que nos estemos empeñando en darles la razón a los aguafiestas que creen fehacientemente que el mundo o nuestra civilización está a punto de desaparecer. Muchos piensan que esa ruptura será promovida por un cambio tan necesario como drástico, cuyo tránsito puede tener consecuencias traumáticas e incluso devastadoras para nuestra civilización. No hace falta romperse los cascos para realizar tales predicciones, y aún menos si tenemos en cuenta que el 1% de la población mundial posee el 40% de la riqueza del planeta.

No quiero olvidarme de aquellos que opinan que Gaia, la omnipotente y justiciera Tierra, está preparando su contraataque al sentirse dañada por el ser humano. Todos los cataclismos naturales que están aconteciendo últimamente serían consecuencia de una ofensiva por el maltrato que le estamos propinando a nuestro planeta morada. Y es que hay para todos los gustos y opiniones.

También están los religiosos que consideran que la paciencia del ser supremo se está acabando, y que en cualquier momento la ira de Dios hará presencia en nuestro mundo tal y como anuncian las Sagradas Escrituras. A algunos, sin embargo, se les acabaron los argumentos tiempo atrás al cometer el craso error de vaticinar un día en concreto como el momento de nuestra destrucción final. Aquí deberíamos aplicar la frase del escritor Camilo José Cela, “lo malo de quienes se creen en posesión de la verdad es que cuando tienen que demostrarlo no aciertan ni una”. Sirvan como muestra los líderes de algunas sectas que, una vez traspasada la fecha elegida sin que ocurriera nada, decidieron organizar una masacre colectiva, o bien tomar las de villadiego, eso sí, llevándose consigo todo el dinero acumulado y gustosamente donado por sus fieles seguidores.

¡Pero no se vaya a creer que olvidaba el postre! Para finalizar todo este menú proclamado por una suculenta ensalada de estudiosos, visionarios, profetas, videntes y vividores, falta la dulce guinda que adorna el agrio pastel catastrofista relleno de hecatombes, tragedias, desastres, cataclismos y demás calamidades para la especie humana. Entre todos estos negativos presagios que muestran un oscuro devenir lleno de desventuras, una luz esperanzadora ilumina nuestro futuro. Se trata de los comunicados de algunos contactados que anunciaron la salvación a través de una posible intervención benefactora por parte de entidades extraterrestres, oferta nada desdeñable por otra parte teniendo en cuenta nuestra mala gestión del negocio de explotación de la Tierra.

En efecto, ya estamos en el 2012 y por el momento la vida continua. Y aunque todo lo anteriormente escrito les haya parecido irónico e improbable, no debemos dejar de pensar que podría ocurrir en realidad. La verdad, hija del tiempo, es a veces tan escurridiza como la razón y no tenemos su fórmula. Pero permítame un consejo: dejémonos de vaticinios que esperemos no tengan lugar, y luchemos por construir, entre todos, un mundo mejor. Es, con toda seguridad, lo mejor que podemos hacer. Los platos necesarios para elaborar este esperanzador menú son: amor, paz, tolerancia y solidaridad.

Nota: Se pueden añadir otros ingredientes a voluntad. ¿Sugerencias? Comprensión, sensatez, constancia… ¡Feliz 2012!

 

David Sentinella

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