viernes, marzo 29, 2024
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Atreverse a ganar en 2012

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2012 llega con tanta fuerza, nos empuja a tal velocidad nada más arrancar, que es tan lógico el vértigo como el desconcierto. En un año trazado a todo pronóstico como el más difícil todavía ¿Qué capacidad tiene una persona de incidir, intervenir, ser dueño de su tiempo y su destino? En 2011, el mundo se revolvió sin control, ni descanso, ni manual de instrucciones. Y nos arrojó a este nuevo tiempo, recién estrenado, en el que habrá que colocarse de tal manera que se pueda observar, cual panorámica, todo el entorno y su kit de preguntas básicas. Intentar, al menos, saber dónde estamos, para poder seguir.

Todo empezó por el pan, la leche y el azúcar. La subida de precios de los productos básicos en Túnez, la inmolación del joven vendedor ambulante, la caída de dictadores, la mecha de la indignación multiplicando primaveras en Egipto, Yemen, Siria… y los eslabones entre uno y otro país contra el abuso del autoritarismo y los desmanes de las democracias occidentales. El no rotundo a la corrupción irrumpió en Marruecos, en Arabia Saudí, en Irak, Jordania, Argelia, Senegal, Hungría, España, Georgia, la India, en el puente de Brooklyn, Roma, Atenas, París… En síntesis, la revolución del ciudadano, al margen del contexto y del país, transformó su indefensión en una fuerza; pasó de víctima a protagonista; de daño colateral a reivindicar que cualquier solución a la crisis, si no cuenta con ellos, no soluciona nada.

El periodista de El País Joseba Elola, inspirado en las palabras de Galeano, comparó el 15M con un latido. “Traspasó barrios, provincias, fronteras. Latió, latió, latió. Y al llegar octubre, el latido se escuchó en plazas de medio mundo”. Cuando parecía que la convulsión económica hacía a la gente más pequeña, las revueltas les hicieron más grandes. Tal y como proclamaron en Occupy Wall Street, la calle representaba una mayoría del 99% frente al 1% que acumula riqueza. Es decir, la vulnerabilidad del joven vendedor de Túnez va unida, en algún punto, a los empresarios de Nueva York despedidos por las grandes compañías en quiebra. En las fotografías les vemos salir cabizbajos, mirada perdida, cargando sus enseres personales en cajas de cartón, en bolsas de Abercrombi. En alguna de esas cajas, se lee, a rotulador, la palabra fragile. Una fragilidad que les iguala al margen del idioma o continente.

En el lado opuesto a este latido, vivimos en el corazón de una economía con parada cardíaca, con una resaca permanente y unas políticas fiscales aleatorias acompañadas de recortes por doquier. Continuará el ruido insoportable de hachazos y tijeras. Sólo en una semana, en España han tocado decenas de partidas, han subido impuestos a las clases medias y han roto las promesas electorales antes de los primeros cien días de Gobierno. Las previsiones económicas apuntan todas a una dirección única. Valga como ejemplo la crisis inmobiliaria – semilla del crack financiero – en Estados Unidos, todavía el país más rico con el que podemos compararnos. En la revista Blommberg  Businessweek, el periodista Drake Bennet recoge algunas cifras. La venta de vivienda nueva ha caído a 305 mil en 2011, el dato más bajo desde que el departamento de comercio comenzó a registrar el dato en 1963; el 25% de los propietarios vive “con el agua al cuello”, es decir, su hipoteca supera el valor de la casa; desde 2005, se han perdido dos millones de empleos asociados a la construcción; y en más de dos millones doscientas mil viviendas cuelga el cartel de “foreclosure”, en español, desahucio inminente. El Gobierno norteamericano cifra las personas que viven, ahora mismo, en la pobreza: 50 millones. ¿Podrá España romper esta dinámica en unos cuantos meses?

Los analistas de las principales cabeceras nacionales e internacionales, al margen de posiciones ideológicas, coinciden en que el desgaste en los materiales de la democracia convive y colisiona con la obligatoria reforma estructural del sistema financiero. Por tanto, entre las quimeras del 2012, la estabilidad, las democracias tranquilas, la fluidez del crédito, el derroche, el sueño americano, el europeo, la continuidad de ciertas primaveras. Por delante, la austeridad, la recesión, el acoso al Estado de Derecho, al sistema público de salud, la educación o los programas sociales de ayuda a los más débiles. La industria no dejará de encoger. Y mientras se reinventan los nuevos negocios, podrá haber más despidos, nuevas regulaciones. El futuro del euro seguirá en el aire. Y los mercados fingirán un repunte cuando se aprueben paquetes de medidas para volver a devaluar la deuda de los países según les convenga. En definitiva, los analistas manejan tres parámetros: menos trabajo, más déficit y menor crecimiento.

Sin embargo, con este reguero de predicciones cercanas al abismo, seguimos preguntándonos si la rapidísima expansión de la crisis conducirá a una catástrofe global, donde las diferencias entre ricos y pobres se hagan insalvables durante décadas y la política pierda frente a los  mercados. O si, por el contrario, este periodo será recordado como el impasse hacia una época de innovación industrial, cultural, científica y tecnológica que acabe recomponiendo la democracia hacia un mundo más interconectado, más igual, más libre y por tanto, más justo.

A estas alturas, sabemos que la crisis no pasará como una gripe, ningún país volverá al lugar que dejó, no habrá nuevas burbujas para olvidarlo todo. Por tanto, confiemos en las posibilidades de la segunda opción, mano a mano del tesón del optimista; aquel que hace del 2012 una pértiga, del esfuerzo un impulso y supera, en el salto, todos estos augurios. Saltar al futuro cargados con lo que somos. Para eso, el compromiso y la responsabilidad serán la piel y el músculo del éxito. En palabras del periodista italiano Roberto Saviano, es cuando dejamos de hacer política cuando la corrupción campa a sus anchas. Y añado, la especulación de los mercados, también. Saltemos, pues. Hay un dogma que si no está escrito, debería. “Gana, el que se atreve a ganar”. La frase no es mía. Se la escuché a Ajo –artista, poetisa, amiga – en una de esas cenas que despiden el año. Aquella frase, retumbando en el aire, daba la bienvenida al temido y querido 2012. Qué duda cabe: para ganar, primero, hay que atreverse. ¿A alguien se le ocurre un plan mejor? Saltemos, cuanto antes, a este año que nos mira de frente. Ánimo y adelante. Y quedemos, sobre todo, volvamos a quedar para contárnoslo.

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Pilar Velasco

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