viernes, marzo 29, 2024
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Un mordisco de tertuliano con patatas

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Los tertulianos dicen las cosas más variopintas en televisión.

Fíjese, por ejemplo, en el genio que en enero dijo que «el presidente tiene por delante una reelección chupada». O el tío que en junio decía que Newt Gingrich, principal desafío a Mitt Romney por la candidatura presidencial Republicana en la actualidad, estaba «acabado, tanto si lo sabe como si no».

¿Qué decir del contertulio que en julio dijo que el presidente de la cámara baja John Boehner había sufrido «una herida mortal» a manos de sus colegas Republicanos? ¿Y del que en agosto predecía que Rick Perry «saldrá bien parado a pesar de los obstáculos» en los debates presidenciales?

Sólo puede sentirse compasión por el colaborador que declaró «formidable» a Michele Bachmann en agosto, justo antes de derrumbarse su campaña, o por el que pronosticaba «una competición a cara de perro» durante meses entre Romney y el ya irrelevante Perry.

El tertuliano de cada uno de estos ejemplos fue, por desgracia, el pobre capullo cuya firma aparece junto a esta columna.

El lujo de ser oráculo consiste en no tener que decir públicamente nunca que te equivocaste. El periodismo tiene una caducidad tan corta que, si se hacen predicciones con un margen temporal lo bastante amplio, la gente casi siempre se olvida de que lo que dijiste en aquel momento acabó siendo falso.

Este año, no obstante, decidí pedirme cuentas sometiéndome a la transcripción de cada una de mis apariciones televisivas, y varias grabaciones, para evaluar mis pronósticos. No es un ejercicio que recomiende a los tertulianos de autoestima frágil (si es que existe una especie así), pero los resultados podrían ser una referencia útil a la audiencia que se pregunta si ese colaborador de la tele no se lo tiene muy creído.

Debería de mencionar que mis columnas en prensa tienden a no dar lugar a predicciones tan desencaminadas; mis editores me salvan del oprobio. También debería tranquilizar a los productores que me llaman para sus programas con que, a pesar de todas mis meteduras de plata, mi media de aciertos es probablemente mejor que la de la mayoría.

Afirmé en enero que Sarah Palin debería dejar de ser considerada figura política relevante, y a principios de mayo predice que Herman Cain tenía muchas posibilidades de ser el favorito. En agosto aduje que el supercomité de la deuda estaba destinado al fracaso, y en septiembre afirmé que Ron Paul, que ahora se pelea con uñas y dientes por una victoria ajustada en Iowa, había logrado ejercer una influencia desproporcionada sobre la campaña. En agosto predije que los votantes calificarían a Perry de «metepatas», y, un mes antes de su momento «lamentable», le describí «camino de ser un Rick Santorum cualquiera».

Si hay un patrón entre mis aciertos y mis errores — aparte de la chiripa — es la diferencia entre la predicción de resultados concretos y el reconocimiento de tendencias genéricas.

Cuando se hacen predicciones apoyadas en un suceso concreto, se corre el riesgo de exagerar su importancia. Cuando el gobernador de Mississippi Haley Barbour decidió no unirse a la campaña presidencial, yo decidí que «en realidad está diciendo que nadie puede derrotar al Presidente Obama». En perspectiva, Barbour solamente estaba diciendo que no se postulaba.

Tratar de predecir el tira y afloja cotidiano de la política es como intentar dar sentido a los cambios bruscos del mercado de valores. Transcurridas unas semanas de este verano, por ejemplo, pasé de elogiar la permanencia de Bachmann a predecir que «probablemente sea hora de su mutis».

Lo que un periodista político puede hacer con cierta solvencia, sin embargo, es distinguir patrones subyacentes. Al cubrir la información de la primera legislatura de George W. Bush, me pareció algo bastante fácil de predecir: adoptaría, invariablemente, la posición de máxima comodidad de cara a su electorado conservador. De igual forma, hacer previsiones en el Congreso viene siendo simple: no se pierde dinero apostando al fracaso.

En la campaña presidencial, mis predicciones se basan en el supuesto histórico: que los votantes Republicanos, como vengo afirmando con regularidad, tienden a explorar todas las demás posibilidades antes de conformarse con la más evidente. Si este patrón se mantiene, Romney será el candidato eventual. Ese supuesto está detrás de mi predicción realizada por doquier de que, a pesar del reciente avance de Gingrich, el votante Republicano acabará recuperando la cordura.

Probablemente el momento más útil de tertulia televisiva lo hice en 2011 recordando a la audiencia lo mucho que desconozco. Los comicios presidenciales Republicanos en Iowa, por ejemplo, vienen estando marcados por la volatilidad. He destacado en muchas ocasiones que la gente que va a decidir el resultado son unos cuantos miles de incondicionales del movimiento de protesta fiscal tea party y cristianos evangélicos — una muestra tan reducida que puede pasar cualquier cosa. Ésa es la razón de que haya media docena de favoritos diferentes.

Queda menos de una semana para los comités, y sigo sin tener idea. Si la gente que aparece en televisión le dice otra cosa, es que se lo está inventando.

Feliz Año Nuevo: no es predicción, es un deseo.

Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.

Dana Milbank

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