viernes, marzo 29, 2024
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Moscú despierta

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El alegato más firme y severo contra el régimen soviético y su degradación estalinista siempre provino de la izquierda revolucionaria, la misma que había sido traicionada, al igual que la revolución, en las postrimerías de la vida de Lenin. Es posible el germen del mal estuviera instalado en la frustrada puesta en marcha del ideal que aquellos hombres y mujeres de octubre habían concebido para emancipar la humanidad. Más bien, no cabe duda. La Revolución, con mayúscula, fue convertida en la revolución con minúscula.

Y el todo poderoso Partido, con mayúscula, se convirtió en una partida, con minúscula, de delincuentes, ególatras y sanguinarios criminales que llenaron la faz de Rusia de sangre, terror y oprobio. Miles de rusos salen ahora a las calles contra el apaño electoral de Putin y Medvedev, unos conspiradores del abuso electoral que han sido los principales contribuyentes en la construcción de una nueva tiranía que enfanga la primorosa y particular primavera rusa que hace más de veinte años invadió los corazones de un pueblo sometido buscando su oportunidad. Las mafias y el oportunismo ramplón han sucedido a los comités del partido y la degradante nomenclatura soviética y han convertido la patria de Pushkin, Chejov o Tolstoi en un arrabal de horteras multimillonarios que trafican con los restos del imperio, el gas y las materias primas que aún sostienen la escasa prosperidad de un país abarrotado de trastos nucleares, en manos de un ejército de codiciosos ultranacionalistas y otras hierbas malas propias de la decadencia imperial.

Un diario nacional rescataba, mientras las calles de Moscú se llenaban de miles y miles de hombres y mujeres rebelándose contra el enjuague, la biografía incomoda de Lise London, personaje por ella misma, y por ser la viuda de Arthur London, el escritor checo, tísico y comprometido que empeñó su vida contra el genocidio nazi y contra la barbarie de Stalin. Cuenta ella, veterana víctima de todos los totalitarismos del siglo y vieja amiga de la España democrática, que permanecen, a sus noventa y seis años, intactos sus ideales primigenios y que aunque abjura de cualquier carné comunista, lleva presente el ideal, la parte inmaterial de aquel sueño transformador convertido en martirio, en su corazón, y que aún sueña con sus viejos camaradas brigadistas y otros que quedaron en el camino de la libertad.

Si el pasado remoto de Rusia es terrible, una sociedad feudal con industria del siglo XIX, el advenimiento de la revolución en los inicios del siglo XX no fue más que la transición a una dictadura horrible y al exterminio del pensamiento libre y de cualquier ideal de grandeza que no se encontrara auspiciado por el terrible georgiano que, a su muerte, dejo atado y bien atado, ese sí, un sistema corrupto de burocracia infernal y tristeza humana. Con ese pasado lejano y próximo, el presente actual construido con nuevas esperanzas surgidas del impulso democratizador de Gorbachov, aún padece los efectos resacosos de la degradación de Yeltsin y, por eso, no es alentador su futuro con personajes de la escasa capacidad intelectual de Medvedev o de la arrogancia enfermiza de Putin.

La memoria de Lise London hace permanecer en nuestra existencia la vida heroica de muchos de los suyos que soñaron un mundo mejor. Pero es de justicia afirmar que el comunismo ha sido una experiencia singularmente trágica, cuyos últimos rescoldos ofenden a cualquier lucidez posible con ejemplos como el cubano o el coreano, y lo que es todavía peor, con herederos del porte moral de los actuales dirigentes rusos, denunciados valientemente por un pueblo que otra vez tendrá que convertir su hartazgo en un proceso revolucionario.

Ya lo veremos, tiempo al tiempo.

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Rafael García Rico

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