jueves, abril 25, 2024
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El escándalo de la cordura

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En el seno del marasmo de las primarias del Partido Republicano, el candidato Newt Gingrich está a punto de ser apaleado por conservadores.

La causa será probablemente la legislación del clima. No es solamente que Gingrich compareciera públicamente junto a la legisladora de izquierdas Nancy Pelosi en un anuncio de televisión de 2008 pidiendo «medidas para abordar el cambio climático». Un año antes, Gingrich aducía «Son suficientes las pruebas de que deberíamos avanzar hacia la forma más eficaz de reducir la presencia de contaminantes en la atmósfera». Con ese fin, apoyaba «los límites a las emisiones por ley combinados con un régimen de intercambio, muy parecido a lo que hicimos con los compuestos de azufre».

En aquel entonces, la postura de Gingrich no era exclusiva. John McCain había auspiciado la legislación de intercambio de emisiones en el Senado. Sus principales rivales, Mike Huckabee y Mitt Romney, habían apoyado límites a las emisiones de gases de efecto invernadero en diversas formas. Cuando Tim Pawlenty fue criticado a cuenta de opiniones parecidas a principios de este año, destacaba, «todo el mundo en la campaña, los grandes nombres al menos, suscribían el cambio climático y la regulación del intercambio de emisiones en un momento u otro. Cada uno de nosotros».

Existe un motivo para tamaña herejía colectiva: la defensa que en tiempos hacían Gingrich y los demás es perfectamente razonable. Los conservadores vienen estando abiertos a la regulación de las emisiones contaminantes con medidas orientadas al mercado desde que Milton Friedman habló de «impuestos a la emisión». Los estudios recientes, utilizando metodologías cada vez más refinadas, han confirmado un incremento a largo plazo de las temperaturas globales y realizado una defensa contundente del papel de contribución de las emisiones. Además, muchos conservadores en seguridad nacional están preocupados por los masivos pagos estadounidenses a países hostiles productores de petróleo.

Pero Gingrich, al estilo de la autocrítica de la Revolución conservadora que ingenió en los 90, llama ahora a su comparecencia con Pelosi «lo más estúpido con diferencia que he hecho en los últimos años». Ciertos conservadores pueden poner en duda esta afirmación, diciendo que el apoyo anterior de Gingrich a la obligatoriedad de tener contratado un seguro y la prestación de las recetas del programa de la tercera edad Medicare son rivales. (No importa que este Medicare proporcione las medicinas a los ancianos un 41 por ciento por debajo del cálculo inicial del gasto).

Ahora es un patrón familiar — el escándalo de la cordura. Rick Perry es criticado por apoyar la interrupción de la educación de los menores de inmigrantes en situación irregular — como si la ignorancia del inocente fuera evidentemente opción legislativa mejor. Herman Cain es atacado por apoyar el rescate del programa TARP que impidió un episodio de pánico económico nacional. «Ser titular de una parte de las entidades bancarias importantes de América no es algo malo», escribía Cain en 2008. «Podríamos obtener un beneficio a cambio de solucionar un problema». Que es justamente lo que pasó. A pesar de sus (considerables) defectos, la reforma sanitaria del candidato Mitt Romney en Massachusetts se apoyó en ideas oriundas de laboratorios conservadores de ideas.

Hay espacio para el debate en todas estas cuestiones. La legislación de intercambio de emisiones puede ser una solución innovadora orientada al mercado o un caos fácilmente disputado. La reforma sanitaria de Romney puede ser una buena idea mal aplicada o un enfoque sentenciado al fracaso desde el principio. Pero no son los razonamientos que venimos viendo. En lugar de eso, los candidatos son acusados de herejía política. A continuación se disculpan — unos enseguida, otros a regañadientes. Y los conservadores del movimiento han creado un círculo de ortodoxia tan estrecho que hasta los candidatos más conservadores tienen que llevar a cabo contorsiones indignas para entrar.

Parte de esto es simplemente la naturaleza de las primarias, durante las cuales la audiencia aplaude la pureza. Pero hay otros factores. Durante las últimas décadas, el Partido Republicano se ha vuelto un partido más conservador. El desarrollo de los medios conservadores cohibidos — en la radiodifusión, el cable y la red — ha brindado una celebrada alternativa a la parcialidad de los medios de referencia. También ha simplificado muchos debates públicos hasta ser concursos de equipos ideológicos — tendencia compartida por los medios de izquierdas tímidos. Candidatos, tertulianos y electores son instados a unirse a un bando u otro, sin dar al enemigo ni agua. Pero la conformidad ideológica se convierte fácilmente en aislamiento — prosperan premisas, lenguajes y opiniones independientes del amplio centro de la vida estadounidense.

Muchos activistas políticos han adoptado una forma de fundamentalismo — la creencia en que la vuelta al poder sólo se puede lograr a través del retorno a la pureza. Esto es particularmente improductivo en unas primarias presidenciales. Limita el abanico de rasgos presidenciales — elevando la lealtad por encima de otras virtudes públicas importantes como la coherencia, la competencia, la experiencia del caso y la integridad.

Y este enfoque es mala política. Existe una razón para que los candidatos más puros no sean a menudo los más fuertes. Los políticos atractivos de éxito han levantado a menudo coaliciones inesperadas, participado de diálogos ideológicos creativos y manifestado independencia ideológica.

Una formación política que pretenda ganar no castiga a los candidatos por sus virtudes.

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Michael Gerson

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