jueves, abril 25, 2024
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El noveno día de campaña: España pierde, Berlusconi se va

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Ayer perdieron España y Berlusconi. Ambas cosas eran posibles, aunque una de ellas haya sido el producto precipitado de las exigencias del mercado y no la consecuencia de un rechazo social articulado y con alternativa. La otra, parece una metáfora de nuestra realidad, ya que estamos encaminados en un proceso electoral que si bien apunta resultados estruendosos, apenas logra despertar una mínima euforia, ni tan siquiera entre los seguidores del previsible ganador.

La derrota futbolística de España se produjo tras toparnos contra un muro imposible de atravesar. Encajando un gol que terminó por ser definitivo, la realidad se tornó imposibilidad de materializar una solución factible ante las resistencias objetivas de lo que teníamos enfrente. Y así llevamos tres años. Y no precisamente en los campos de juego donde los verdaderos líderes nacionales se enfrentan contra temibles adversarios de gran peso.

No. Así llevamos tres años chocándonos de bruces contra la terrible insistencia de dirigirnos desde fuera, ya sea por la vía del rescate o por la de la imposición. Hasta hemos cambiado la Constitución, libro de normas cuya única mención parecía un sacrilegio contra la gran Era de la Transición, esa etapa fundadora que el paso del tiempo ha desdibujado hasta convertirla en una secuencia mágica en la película de nuestra vida, cuando, la verdad, los hechos posteriores en un mundo complejo demostraron que transiciones de terciopelo, profundas y arriesgadas y solemnes y definitivas, podía haberlas hasta en la Unión Soviética donde en cuestión de semanas dejaron de merendarse disidentes en la Lubianka para atizarse la comida basura de los Mac Donalds, como si Lenin fuera sólo una extraña escultura en un laberinto aclimatado a los pies del Kremlin. Y sin que pasara nada.

No pasó nada aquí, tampoco, pero nos convertimos en rehenes de nuestra evolución, que no ha sido otra cosa que un viaje a la deriva, sin oficial de derrota competente y sin tener una idea acertada del rumbo ya que, cada noche, las hadas malas nos han cambiado las estrellas de lugar en el firmamento, y navegamos como Ulises perdidos bien lejos de nuestra Ítaca.

En la campaña se cuestiona, como es costumbre ya en estas lides, el asunto constitucional que es el Senado y se barajan, por Rajoy, otros cambios como el de la supresión de la disposición transitoria que abre la puerta de la integración de Navarra en la comunidad vasca. No hemos sido capaces de tocar la Constitución más que para afearla ante nuestros espejos, porque los españoles hemos hecho una lectura simplona y ramplona de la estabilidad de las leyes agobiados por los prejuicios de nuestra fallida revolución burguesa en el siglo XIX.

Esos prejuicios prevalecen también en el debate sobre las diputaciones, órganos insolventes políticamente hablando y muy potentes económicamente actuando. Tanto es así que, apuesten conmigo, que se quedarán como están muchos años más. Las reformas constitucionales necesarias, con visión retroactiva, fueron apuntadas en los prolegómenos de este disparate nacional en forma de campaña oculta por Peces Barba, pero nadie más se atreve a decir las verdades del barquero y nadie cuestiona que las autonomías posean competencias en educación y sanidad que nunca debió perder el Estado, con mayúsculas, porque forman parte de la médula de nuestra democracia, del régimen de igualdad que la misma Constitución de siempre debería proteger, en abierta contradicción con este asunto de la anemia del estado.

No se trata sólo de dinero, ya se ha demostrado. Nuestra España nacional arrinconada por las modas de la cosa autonómica telúrica, ha perdido la capacidad de garantizar cohesiones que ahora que empiezan a desvanecerse en sanidad y educación de forma muy tangible a base de recortes, se nos hacen capitales para entender las formas opuestas entre izquierda y derecha de afrontar la crisis.

Rubalcaba se enfrenta, con un discurso acertado y convincente, en la defensa de los bienes públicos que nos hacen ciudadanos con derechos en un estado social, a algo más que a las encuestas: se enfrenta también a un pasado colectivo, -una fiesta expansiva- de frivolidades plurales, cuya puerta, vaya por dónde, abrió el señor Rato, por citar un asunto gordo, cuando quiso cuadrar la cuenta de la vieja expandiendo el problema del balance del Estado por debajo de las mesas autonómicas. Y todos dando palmas descentralizadoras con las orejas, nada que ver con mayor, por supuesto, acumulando en virreinatos de Barataria la torpe descomprensión de lo más importante que la Constitución guardaba. Luego, la España plural, las reformas estatutarias y los “España se rompe” que han difuminado, entre sandez y sandez, la idea vertebral que la izquierda debería haber protagonizado con un  discurso social y no con una fiebre autonomista, que no es ninguna ideología ni ningún proyecto que trascienda al derecho administrativo y si, en cambio, un espejismo que, que, que qué más da ya el qué. Y ahí está ahora Rubalcaba, menos mal, para detener el absurdo con un discurso ideológico y con el rigor que tanta falta hubiera hecho antes.

Si esto quiere salir adelante, cada día estoy más convencido de que necesitaremos un nuevo espíritu jacobino.

Mientras, todos a mirar y a cuadrar en función de nuestras alegrías y tristezas, el intrincado mundo de las encuestas. Veremos.


Rafael García Rico

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