Victoria Vera ha vuelto. Nunca se fue de mi memoria. Ni de algunos de mis malos pensamientos. Pero ahora ha vuelto a la portada de Interviú. Y ha vuelto espléndida si es que alguna vez dejó de serlo.
Debo reconocer que no he leído el texto del reportaje. No me interesaba. No me interesa si salió, si sale o si saldrá con el Duque de Huéscar o si puede llegar a ser Duquesa de Alba o no. Sólo he visto las fotos y sólo he leído que tiene 55 años, lo que me ha parecido increíble. Cómo pasa el tiempo. Parecía que sólo yo cumplía años.
En las fotos, Vicky está generosa pero recogida. Como el sol de otoño. Como el cielo de Velázquez. Bella y pícara. Fantástica. Porque, al margen de lo que muestra su anatomía, sigue manteniendo su mirada de niña traviesa. Taquicárdica. Insostenible.
Tengo guardado en algún lugar de mi doblado aquel Interviú que me la mostró en primavera. Radiante. Hermosa. Con cara de mujer fatal. Me reconozco algo fetichista. Idólatra. Coleccionista de mitos. Y Victoria, es un mito de los años rebeldes de la carne. Incluso, de la Transición. Y ha habido un momento en el que quise subir a buscarlo. Para comparar. Por puro morbo. Después he pensado que no merecía la pena. Que cada persona y cada cosa es de su tiempo. Y ahora es tiempo de mirar a una mujer madura en todo su apogeo. Y Victoria está ahora mejor que nunca.
Maduritas al poder.
Pinocchio