La primera jornada de huelga de los profesores está siendo un éxito, así que toca felicitar a los convocantes. Entre ellos, a la mismísima presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, que con sus sinceras palabras sobre la gratuidad en la enseñanza pública –ese derecho constitucional que la lideresa cuestiona– dio ayer los mejores argumentos para aquellos docentes que todavía no lo tenían claro. Mi duda: ¿por qué lo hizo? ¿Por qué azuzó la huelga con unas declaraciones que ella, siempre tan hábil, sabía que sentarían de pena?.
Hay dos posibilidades. La primera, que fuese un error o un malentendido. Parodiando a Arthur C. Clarke, “toda incompetencia lo bastante avanzada es indistinguible de la maldad”. La segunda, que fuese intencionado: que forme parte de esa estrategia, tan de Esperanza, de apagar los fuegos con gasolina. O que esté muy preocupada porque no cuadran sus cuentas, y esté preparando el terreno para tomar después decisiones más duras.
Existe otra posibilidad, muy rebuscada pero que algunos de sus rivales en Génova no descartan: que Aguirre esté encantada con estas protestas de los profesores porque, en el peor de los casos, quien pagará el pato electoral será Rajoy, que es el que está de campaña. El mayor desgaste es para él, y también para la consejera de Educación de Aguirre, Lucía Figar: una persona que muchos en el PP creen que es la persona que Rajoy quiere al frente de la Comunidad, cuando toque el relevo.
Esta legislatura, la tercera, será muy probablemente la última de Esperanza Aguirre como presidenta de Madrid. Si de ella dependiese, el delfín sería su número dos, Ignacio González, pero Rajoy no le traga. Por eso Lucía Figar puede acabar igual que Juan José Güemes, Francisco Granados o Alfredo Prada: chamuscada por Aguirre y González.
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Ignacio Escolar