viernes, abril 19, 2024
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Eyaculación femenina

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Durante un tiempo, tuve relaciones con una mujer singular. Lo tenía todo. Era inteligente, hermosa y comprensiva. Incluso, cocinaba bien y le gustaba hacerlo. De las pocas mujeres que he conocido en mi vida que merecía la pena haberme unido a ella para siempre. Era, exactamente, lo que mi madre hubiese querido para mí. Podía tener una brillante conversación o permanecer callada para que yo hablase todo lo que quisiese. Podía ser firme y frágil a la vez. Y voluble. Y caprichosa. Y era una amante excepcional. Incansable. Siempre dispuesta. Siempre poniendo interés.

Me llamaba mucho la atención lo cuidadosa que era a la hora de iniciar nuestro juegos amorosos. No había vez que iniciásemos una relación sexual que no fuese a por una toalla grande de baño y la colocase debajo de nuestros cuerpos. Bastaba que le rozase el pelo para que ella entendiese lo que quería, para que ella se levantase, cogiese la toalla y la pusiese a lo largo del sofá o de la cama. A mí aquello me hacía mucha gracia. Ella nunca decía nada.  Yo me reía. A ella le da daba igual.

Después, con la toalla perfectamente extendida, iniciábamos nuestro juego sexual en el que todo valía. Todo. Para ella no había tabú. No le hacía ascos a nada. Si yo comía, ella comía. Si lamía, me lamía. Si la escupía, me escupía. Si la penetraba, me penetraba. Era la compañera ideal en la cama. Y me llamaba la atención que ella llegase todas las veces al orgasmo al mismo tiempo que yo y eso, que yo sepa, no es fácil de conseguir.

Tras varios meses de relaciones sexuales intensas y frecuentes tuve la sensación de que aquello no podía ser normal. No era posible que siempre que yo llegaba al orgasmo, llegase ella. Y si yo me retrasaba, ella se retrasaba. Y si yo me precipitaba, ella se precipitaba. Siempre llegaba al clímax al mismo tiempo que yo. Y aquello, no era normal. Debía tener truco. Como truco en lo de la toalla.

Un día, no recuerdo la causa, me pasé por su casa sin que me esperase y con gran sorpresa por su parte. Y como siempre, después de charlar un rato, le volví a tocar el pelo. Era la señal. Se dirigió a por la toalla y, otra vez, la extendió, cuidadosamente, sobre la cama. A continuación, empezamos nuestra sesión habitual de sexo. Comer, lamer, besar, escupir, penetrar. Extrañamente, aquel día me pareció que ella estaba más caliente que nunca. Más activa que nuca. Lo quería todo con una cierta ansiedad y yo, como siempre, estaba dispuesto a todo.

En un momento dado, como siempre, la penetré. Pero esta vez, en lugar de culear yo, culeaba ella. Y veinte o veinticinco segundos después, llegó al orgasmo. La primera vez que lo hacía antes que yo. Pero lo mejor de todo fue que, con su orgasmo, empezó a eyacular. O a hacerse pis. O a yo que sé. Pero lo cierto es que, menos mal, que la toalla estaba allí debajo porque, de lo contrario, la cama se hubiese empapado. Cuando sentí la humedad me retiré y aquello parecía un geiser.

Debo reconocer que me sorprendió. No lo había visto nunca pero por educación no dije nada. Ella, en cuanto se recuperó, empezó a excusarse. Yo le dije que no tenía por qué, que esas cosas pasan. O suponía que pasaban. Ella, como pudo, me explicó que tenía ese problema. Que cuando llegaba al orgasmo no podía controlarse. Y que me había estado engañando durante toda nuestra relación porque le avergonzaba un poco. Ella, cuando sabía que nos íbamos a ver, se masturbaba un par de veces para mitigar un poco su explosión y que no se notase demasiado si llegaba al orgasmo conmigo. Aunque, la mayoría de las veces, trataba de no llegar, fingiendo hacerlo a mi vez. Algo que me conmovió.

Cuando volví a mi casa, busqué información sobre aquel fenómeno. Al parecer, se llama ‘squirt’ o ‘squirting’ y es una facultad que tienen algunas mujeres cuando llegan al orgasmo. Y, según leí, no es algo demasiado extraño. Lo que eyaculan es un líquido transparente e inodoro, compuesto por glucosa y alguna otra cosa más que no vienen al caso. El chorro, dicen, que puede alcanzar, incluso, varios metros y puede llegar a ser de medio litro.

En cualquier caso, yo le cogí el punto al tema y debo reconocer que era maravillosamente placentero.

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