viernes, abril 19, 2024
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Niñas, otro abuso de la moda

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Las pasarelas de Milán, de París, Nueva York. Las grandes revistas de papel couché y los modistos que firman la moda con su personalidad, su estilo, su demostración impecable de creatividad, estilo y buen gusto. La moda es un gran negocio. Está hecha la alta costura de glamour, de belleza imposible para el común de los mortales pero a los que inspira para vestir y comportarse al modo en el que lo hacen los que si pueden, esa categoría selecta de sujetos de elevada capacidad económica, yates, fincas de caza, porciones tangibles de los sueños imposibles de quienes viven al margen de ese mundo, al que sólo se visita por las ventanas que nos abren y a través de las que vemos sin tocar, y sin opción alguna para entrar en él.

A nosotros nos quedan lo sucedáneos, el pret a porter, la cosa sin mayor valor, lo común, lo que parece propio pero no es más que una copia de otras copias. Tanto, que hay marcas que se han hecho grandes a base de la moda de usar y tirar. En fin, algo así como la distancia que media entre el señor Adriá y el burguer de la esquina, ese sitio que ocupa el espacio que hace años le correspondía a la vieja tasca, por cierto.

La moda no tiene límites. Lo sabemos. Mueve dinero e intereses. A su alrededor medran aristócratas sin propiedades y propietarios sin nobleza. Es como una especie de agujero negro que todo lo absorbe y, antes o después, todos acaban trasteando alrededor de la pasarela con la insana vocación de subirse a ella. El mundo de la moda no es más que uno de los terminales de los asuntos rosados, esos que tienen que ver con la bragueta de los llamados famosos y con la lencería fina de las paisanas que se expresan, habitualmente, con palabras gruesas.

Pero esta vez el glamour pretendido de la parte alta de la escala, el Olimpo del buen gusto, se ha cubierto de roña y se ha convertido en una especie de cochiquera moral. Una de las revistas de mayor elegancia, que “marca tendencias” y que nos dice cómo tenemos que comportarnos en nuestras formas de vestir, consumir, y disfrutar del ocio y del entretenimiento, ha “jugado” a la maternidad y ha prostituido a sus hijas menores convirtiéndolas en carnaza de una perversión estética más propia del código penal de cualquier país civilizado que de la lista de ventas del kiosco de la esquina.

La glamurosa revista ha fotografiado niñas de menos de doce años luciendo galas de adulta, mostrando poses de bar de copas de lupanares, elegantes eso sí, y exhibiendo joyas en su cuerpo como si se trataran de becerras doradas a las que adorar manoseando las páginas. ¿Qué pretende la revista con ésta gracia? No lo sé, ni me importa. No me interesan los ejercicios mentales de quienes fabrican moda sabiendo que alimentan la muerte con la delgadez de la anorexia, por ejemplo, y de quienes se creen por encima de la ética de nuestra sociedad prostituyendo niñas mediante la prostitución de su imagen.

Me da igual lo que digan los colectivos sociales, la cultura de esta época o si soy poco moderno, carca o reaccionario, si es que es posible acusarme de ello. No lo sé. Lo que sí sé es que por menos hay personas acusadas y señaladas con el dedo de la justicia, detenidas o presas por  aprovecharse de la infancia para satisfacer instintos tan básicos, como los fotografiados en insinuantes actitudes por esa mezquina fabrica de basura en que se ha convertido la tal revista.

Haría bien alguien de los que mandan por ahí en empezar a protegernos en serio de la moda, del mismo modo que nos protegen del alcohol, el tabaco, los bollos industriales, la velocidad, y tantas cosas que ni siquiera sabíamos que hacíamos y que tan malas son para nuestra supervivencia, no sé si como personas o como especie.

En fin, que alguien haga algo, aunque no esté de moda.

Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.

Rafael García Rico

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