jueves, marzo 28, 2024
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La isla de Utoya

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El mundo es la isla de Utoya. Quienes lo habitan andan a lo suyo, enfrascados en sus tareas, cuando de súbito, y desde que el mundo es mundo precisamente, alguien irrumpe armado hasta los dientes y dispara sin piedad, ebrio de sangre, hasta que completa la masacre. En la gigantesca isla de Utoya que es el mundo, quienes activan la palanca de la violencia y el exterminio suelen quedarse en retaguardia y, dependiendo del resultado final, dependiendo si quedan como vencedores o como vencidos, su suerte es diversa. En la pequeña isla de Utoya, era uno sólo el asesino múltiple, de modo que cuando desembarcó en ella para arrebatar la vida en ciernes de los muchachos que se afanaban en sus cosas, en algo tan noruego como prepararse en serio y a conciencia para la función política, ya traía hecha la labor de retaguardia, la de encender al chacal que llevaba dentro hasta llevarle al paroxismo de la crueldad. Luego, convenientemente imbuido ese Anders Behring Breivik de su misión, convenientemente activado el odio y cosificados sus «enemigos», ya fue sólo cosa de apretar el gatillo hasta la tumefacción del dedo índice de la mano derecha, de la mano ultraderecha en éste caso.

La sarracina de Oslo y Utoya deja sin palabras, pero hay quienes las buscan innecesariamente para justificar no se sabe qué cosas o para exonerarse no se sabe de qué. Son los que, desde Javier Arenas a Cayo Lara, se apresuraron a manifestar que estaban contra la violencia y contra el terrorismo «vengan de donde vengan». ¡Naturalmente! Semejante obviedad, fundamentada no obstante en el error de suponer que la violencia y el terrorismo pueden venir de sitios distintos y no de uno sólo, el del malaje absoluto, cuerdo o loco, pero absoluto, se la podían haber guardado: bastaba con expresar consternación, o rabia, o sentimiento, porque el terror, la mala follá elevada al delirio, procede siempre del mismo sitio, de la misma sentina que en la gentuza ocupa el lugar del corazón.

No obstante, si bien ésta matanza tiene el mismo nombre que cualquiera otra, genocidio, tiene un apellido propio, singular: nazi. En efecto; se trata de un crimen nazi, ultraderechista, fascista, o como quiera que se llame ahora la doctrina criminal y erradicadora del fanatismo político o religioso, de la xenofobia y del racismo, tan auge nuevamente en ésta Europa a la deriva.

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Rafael Torres

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