miércoles, abril 24, 2024
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El asesino y el poeta

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Veo el rostro altanero del asesino y me asaltan sentimientos contrapuestos. Por un lado, lo imagino ardiendo en un infierno cómo el que él mismo ha creado con su devastación. Por otro, creo en la fortaleza de la democracia y de la tolerancia y eso me exige no ser un ser abominable como el ejecutor.

De su destino no me interesa nada. Es un muerto, más muerto que los muertos que ha sembrado. Es un cadáver, un cadáver deambulando por la vida, un intruso entre nosotros. No, no me interesan ni su psicología ni sus razonamientos. Sé que el odio y la crueldad no ofrecen el rostro macabro de los vampiros. Puede ser igual al suyo, al mío, al de cualquiera que anda entre nosotros, como uno más. No necesitan llevar impresa la maldad en su físico. Aunque éste, en mi opinión, si refleja lo que de verdad es en las fotos que le han hecho al salir del juzgado; ni siquiera me interesan sus facciones ni su estado. Veo el rostro altanero y con eso me basta. Y sé también que no quiero que su ser se apropie del mío, que su odio se afiance en mí, que su destrucción me destruya convirtiéndome en un reflejo de su maldad por mi maldad.

Vuelvo a Neruda. En la incertidumbre y el caos, siempre vuelvo al poeta austral, vuelvo Neruda y leo. Dice Neruda: “Yo quiero vivir en un mundo sin excomulgados. No excomulgaré a nadie”.

Sigue Neruda:”Quiero vivir en un mundo en que los seres sean solamente humanos, sin más títulos que ése, sin darse en la cabeza con una regla, con una palabra, con una etiqueta. Quiero que se pueda entrar a todas las iglesias, a todas las imprentas. Quiero que la gran mayoría, la única mayoría, todos, puedan hablar, leer, escuchar, florecer. No entendí nunca la lucha sino para que ésta termine. No entendí nunca el rigor, sino para que el rigor no exista. He tomado un camino porque creo que ese camino nos lleva a todos a esa amabilidad duradera. Lucho por esa bondad ubicua, extensa, inexhaustible. Escribo conociendo que sobre nuestras cabezas, sobre todas las cabezas, existe el peligro de la bomba, de la catástrofe nuclear que no dejaría nadie ni nada sobre la tierra. Pues bien, esto no altera mi esperanza. En este minuto crítico, en este parpadeo de agonía, sabemos que entrará la luz definitiva por los ojos entreabiertos. Nos entenderemos todos. Progresaremos juntos. Y esta esperanza es irrevocable”.

Lo dice en sus memorias, en su “Confieso que he vivido”; lo dice el poeta bajo el imperio del exilio, la bomba nuclear, la guerra fría, la intolerancia brutal de una era que se reproduce continuamente pata terror nuestro. Pero el poeta creía, con fe, en el género humano; con fe y con una esperanza irrevocable que el asesino de la foto, este supuesto creyente, sería incapaz de tener de corazón.

Hay esperanza. Entre el dolor y el miedo hay esperanza, lo creo. Lo dice el poeta. Lo dice Pablo Neruda. Y yo lo creo.

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Rafael García Rico

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