Aprovechando el último pleno del Congreso antes de las vacaciones parlamentarias, el PSOE se ha despedido con una de Ley de Pensiones que prolonga la edad de jubilación -de 65 a 67 años- y alarga los años de cotización necesarios para tener acceso a la pensión completa: de 15 pasan a 25.
Es el triste «regalo» que deja para millones de pensionistas el mismo Rodríguez Zapatero que en años anteriores, a finales del verano, desde Rodiezmo, en León, rodeado de mineros y sindicalistas representaba el papel de líder de izquierdas en medio de una puesta en escena que parecían copiadas del «Novecento» de Bernardo Bertolucci. Por más que argumenten quienes como el ministro de Trabajo (Valeriano Gómez) que la mencionada ley no apareja un recorte de los derechos adquiridos por los trabajadores lo cierto es que la evidencia echa por tierra todas sus palabras. La ecuación es muy sencilla: si hay que trabajar más años y el computo de tiempo requerido para poder cobrar la pensión se alarga el resultado es que habrá que cotizar durante más tiempo para acabar cobrando menos.
Aquellos votantes socialistas a quienes Zapatero prometió en la noche de su última victoria electoral que no les fallaría, sin duda, se habrán llevado una gran decepción. Tanta como la que confiesa haber sentido Joaquín Leguina, dirigente socialista que fue presidente de Madrid y al que le hemos escuchado decir que siendo el estudio del futuro de las pensiones una cuestión importante no le parece que sea tan urgente como aducen quienes han perpetrado la nueva ley apoyando sus argumentos en estudios sobre la evolución del crecimiento de las expectativas de vida de la población y el descenso del número de cotizantes.
Leguina es economista y demógrafo y algo debe saber de estas cosas. Tengo para mí que bastante más que el actual titular de Trabajo, un ciudadano que días antes de aceptar la cartera ministerial iba del brazo de Cándido Méndez en una manifestación organizada por UGT y Comisiones Obreras contra el plan de recortes sociales del Gobierno Zapatero. Ya digo, triste herencia la que deja Rodríguez Zapatero.
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Fermín Bocos