jueves, abril 25, 2024
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Encefalograma plano

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La palabra “Democracia” es utilizada por todos los actuales regímenes políticos para calificarse a sí mismos. No hay excepciones. Se puede tratar de regímenes de muchos partidos, de partido único, con elecciones libres, sin elecciones, con elecciones falseadas, con partido único, totalitarios, sanguinarios, nada de eso importa. Todos son Democracias. Un solo ejemplo, aunque sea de años atrás: no dejó de ser notable que, dividida Alemania en dos después de la II Guerra Mundial, fuese la Alemania bajo el control comunista la que oficialmente se llamaba República Democrática Alemana. O sea, la utilización universal y sin contenido de la palabra viene de antiguo.

Y los sistemas no democráticos no son nunca el resultado de la voluntad popular; es la voluntad popular la que es fruto, la que es el producto de un sistema totalitario. Y ello ocurre en las grandes dictaduras, pero también en los totalitarismos mejor disfrazados: por ejemplo, España.

En 1978 los españoles deseaban verdaderamente una verdadera democracia; hoy han sido sistemáticamente engañados, se les han ocultado los hechos y las verdades, el poder se ha concentrado, y nuestra democracia es hoy por hoy sólo un disfraz. Ha dado pie para ello propia Constitución, a cuya sombra se han falseado las Autonomías, semi-independizándolas, a base de Estatutos antiespañoles y sentencias burladas impunemente. Se han falseado igualmente el Tribunal Constitucional y la Fiscalía general del Estado, meros instrumentos hoy del poder político. Ha desaparecido la división de poderes, y el poder ejecutivo controla absolutamente al legislativo y al judicial, lo que significa desde hace tres siglos el acta de defunción de toda democracia. Se han concentrado facultades únicas, y excepcionales, y totalitarias, en el Presidente del Gobierno. Los Partidos ejercen un absoluto control de todos los resortes del Poder. Los representantes no representan a sus representados, que les han votado en unas listas de personas desconocidas y que no responden ante sus votantes. Las listas las hace el Partido, y los aspirantes a representar al pueblo a quienes tienen que convencer de que les incluyan en listas, a quienes lo deben todo, y a quienes han de rendir cuentas, es a los mandos supremos y absolutos de los Partidos.

En estas condiciones, al pueblo se le puede ya convencer de que matar al hijo es un derecho de la madre; de que votar y pagar es el único derecho del ciudadano; de que España pasó a la historia; de que la II República fue un paraíso; de que es el acusado el que tiene que demostrar que es inocente; de que la conciencia no puede objetar y lo que hay que hacer es obedecer y callarse; de que el dinero público está para que los ciudadanos hagamos ricos a los paniaguados del poder; de que cuando ellos se lo guisan y ellos se lo comen lo hacen en nuestro nombre; de que la educación tendrá los contenidos y la orientación que el poder marque, y lo mismo la cultura, y lo mismo el arte, y lo mismo todo lo que haga falta; de que lo mejor a hacer con los terroristas es entregarles el poder y el dinero y así no tendrán que luchar para conseguirlos; de que no hay más valor ético que la voluntad del Estado; de que la sociedad debe considerarse caducada; de que la familia, en cuanto que es una unidad social capaz de enfrentarse con el Poder, ha de disolverse en la nada; de que el respeto a quien debe merecer respeto es una anticualla, y aquí vale todo, eso sí, todo lo que el Gobierno dice que vale.

Tantas veces he oído decir  que el pueblo español está en encefalograma plano. Para saber quien lo ha conducido a esta situación, y quien trata de mantenerlo así, basta preguntarse, como en las novelas policíacas para descubrir al asesino: ¿a quien le aprovecha?

Alberto de la Hera

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