miércoles, abril 24, 2024
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La libertad de comercio

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El desconcierto producido por la crisis económica está haciendo que surja con fuerza un paradójico afán proteccionista. Lo tiene la extrema derecha que se va haciendo con cuotas de poder e influencia en muchos países de la Unión y que, bajo el rótulo de proteger la producción o el empleo nacionales, desea erigir barreras tanto a la inmigración como al libre comercio. Pero también hay un movimiento proteccionista en otros sectores ideológicos, la izquierda incluida, que se vuelven contra la libertad de comercio. Unos bajo el paraguas de que el libre intercambio de productos sirve a las empresas nacionales para bajar los salarios. Otros porque tratan de convencer, o de convencerse, de que aquella libertad es una añagaza de las multinacionales que buscan, en cada lugar, la producción más barata. Y los hay también que, un tanto pudorosos, aceptan lo reaccionario que es en el fondo que, en plena construcción europea, se defiendan las prohibiciones o las tasas de importación nacionales, pero lo exigen a nivel de la Unión.

El proteccionismo se opone, como demuestra la estadística comparativa de los países que comercian en el mundo, al progreso. De hecho, las barreras comerciales van directamente ligadas a la pobreza, tanto en épocas de crisis como de bonanza económica. Ha existido, y como se ve renace ahora, la tentación de proteger a los productores nacionales creando un mercado cautivo. Si el espárrago de Perú, por poner un ejemplo, es mejor y más barato que el nacional, hay que establecer barreras, bien con prohibiciones o cuotas o bien con impuestos a la importación, para que los ciudadanos de un país se vean obligados a comprar los que se cultivan en el propio territorio. El beneficio de unos, los que los venden, va en contra del perjuicio de todos los demás, los que los compran, pero, además, impide la innovación y la mejora competitiva de la producción. No sólo eso, las barreras comerciales, como reclaman los países menos favorecidos, son un impedimento riguroso a su crecimiento y desarrollo. Sorprende, por ello, que, desde sectores sociales proclives a las doctrinas sobre la solidaridad, el internacionalismo y el apoyo a países emergentes o del Tercer Mundo, se oigan cada vez más fuertes las voces que reclaman el proteccionismo.

Hay en ocasiones una competencia desleal basada en las condiciones penosas que en algunos países se hace trabajar a los ciudadanos (bien sea por salarios de miseria o por el incumplimiento de normas elementales como el trabajo infantil o las condiciones laborales). Oponerse a ellas, exigir que los organismos internacionales lo impidan o exigir, en las medidas de reciprocidad, que la libertad comercial se module con el cumplimiento de estas reglas, es una cosa, pero la tendencia a establecer barreras para los productos nacionales –o europeos- que no resisten la libre competencia no es otra cosa que la paralización del progreso y el dar carta de naturaleza al perjuicio causado a los consumidores.

Los retos de la globalización, que es una consecuencia del desarrollo humano, no sólo económico, no se resuelven negándola o prohibiéndola, sino con la necesaria innovación para dar con productos mejores y más competitivos.


Germán Yanke

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