viernes, abril 19, 2024
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La broma corre a cuenta de los votantes

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El cómico Stephen Colbert se desplazó hasta Washington la semana pasada para hacer una parodia de las leyes de financiación de campaña del país. Pero sus planes tenían un defecto: las leyes de financiación de campaña ya son un mal chiste.

En pie sobre el escenario montado en los exteriores de la Comisión Electoral Federal, Colbert se jactaba de la forma en que había recibido la bendición de la Comisión para crear «un súper-Comité de Acción Política» para recaudar fondos sin límite. «Sí que tengo un chiste del código electoral federal si lo queréis escuchar», sugería el nuevo responsable del Colbert Super PAC.

«Toc, toc», dice Colbert.

«¿Quién es?» respondía una audiencia de unas 200 personas.

«Los donaciones de empresas y sindicatos sin límite».

«¿Cuál de los Donaciones de empresas y sindicatos sin límite?»

«Esa es la clave», dijo Colbert. «No me parece que deba decírselo».

Bastante bueno para lo que son los chistes de donantes anónimos. El caballero del comité de acción política volvía a su discurso de campaña. «Yo no acepto que haya límites a mi libertad de expresión», decía. «Sí acepto Visa, MasterCard y American Express. Cincuenta dólares como máximo por favor, porque de esa forma no tengo que llevar un registro de quién realiza la donación».

¿Cincuenta pavos? Stephen, venga ya: eso son las migajas.

Colbert se proponía poner en evidencia lo endebles que se han vuelto los límites a las donaciones de campaña desde el fallo del Supremo en el caso Citizens United, y el comité de acción política que se inventó es lo bastante notable, al permitir donaciones de cualquier cifra. Pero lo que propone hacer no es ni de lejos tan abusivo como lo que está sucediendo ya. Mientras el comité de acción política que se inventa Colbert tendría que facilitar los nombres de los donantes de más de 200 dólares, los instrumentos de financiación de campaña preferidos por las personas como Karl Rove permiten que los particulares donen millones de dólares para sacar elegidos candidatos sin que los nombres de los donantes salgan a la luz.

La estructura final del Comité de Colbert es tan limitada que, según los expertos en el código de financiación de campañas, no tendría ninguna necesidad para empezar de pedir permiso a la Comisión Electoral. Y ahí radica el problema: los abusos del verdadero código de financiación de campaña son más extraordinarios que la entidad ficticia del chiste de Colbert.

El Tribunal Supremo, en cinco fallos consecutivos relativos a la financiación de campañas, ha eliminado casi por completo las reformas de campaña post-Watergate y, en el caso de las donaciones privadas, se ha cargado casi un siglo de jurisprudencia. Sumándose a la anarquía, el Congreso ha sido incapaz de ponerse de acuerdo en una legislación que obligue a facilitar los nombres de los donantes. Para los que vulneran lo poco que queda de código, ello reviste escaso riesgo de castigo porque la Comisión Electoral Federal, paralizada por un conflicto partidista, ha sido incapaz de ponerse de acuerdo en medidas punitivas de importancia.

«Se dice desde hace tiempo que la Comisión se diseñó para fracasar, y ya ha fracasado», dice el veterano abogado de campaña Brett Kappel. El resultado de todo esto, según Kappel, es que «un grupo muy reducido de personas extremadamente ricas puede surtir un efecto extraordinario sobre las elecciones sin que se conozcan sus nombres».

De los alrededor de 5.000 millones de dólares que se gastarían en los comicios federales del 2012, probablemente casi 1.000 millones pertenecen a la categoría de «gasto independiente a título particular» sin límite. El dinero privado tiende a proceder de un reducido grupo de empresas privadas propiedad de conservadores o izquierdistas radicales que buscan la forma de sacar elegidos a candidatos afines. Esto alimenta la polarización que ha paralizado Washington.

Colbert simulaba estar poniendo a prueba los límites del código. Se ponía a dar jabón a los miembros de la Comisión y, en su programa del Paramount Comedy, los equiparaba con modelos del catálogo de Abercrombie & Fitch. Proponía lemas sugerentes de un fraude de peces gordos, como por ejemplo: «Se avecina el cambio y espero un montón de  billetes de los grandes también», o «Habrá barra TSPM, Traiga Sus Propios Millones».

Pero cuando se sentó en el estrado de los testigos en la Comisión, Colbert no articuló más de una oración antes de que los miembros le dieran su visto bueno (el único elemento polémico de su plan, relativo al papel de Viacom, propietaria del canal Paramount Comedy, se resolvió la noche anterior).

En la calle, Colbert, rodeado de agentes del Servicio de Protección, paseaba con un iPad equipado con una célula para pagar con tarjeta. «¿Alguien más tiene tarjeta de crédito?» preguntaba mientras simulaba que las pasaba. «Vamos a cargarlo. No te importa que firme yo, ¿verdad? Me quedo con el efectivo que tenga mientras espero a que aprueben el pago. ¡Anda, dinero extranjero! Muchas gracias».

Mientras la productora del «Colbert Show» ladraba órdenes a su cámara («¡El raro, abre plano!»), Colbert destacaba que Rove, que trabaja para Fox News mientras dirige el comité de acción política del colectivo American Crossroads, debería de darle las gracias por minar el sistema de financiación de campaña. «Acabo de hacer perfectamente legal hablar en directo de comités de acción política y utilizar su montaje corporativo para promover de cualquier forma su comité de acción política», decía.

Por desgracia, cuando de ridiculizar la ley de financiación de campañas se trata, el colectivo American Crossroads va muy por delante del programa Colbert Nation.

Dana Milbank

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