jueves, marzo 28, 2024
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Sex backstage

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Entré en la discoteca sin ánimo de diversión. Las despedidas de solteras me parecen desfasadas y siempre acaban en absurdos desmadres. Y si a esto se le añade un boy,  la falta de glamour roza lo intolerable.

Y allí estaba yo, con cara de pan duro. Había dejado una cama caliente y sexual por acompañar a mi amiga en una especie de ritual histérico-colectivo. Empezó el sainete con un tipo disfrazado de bombero. Moviendo la pelvis de forma poco natural mientras se manoseaba la entrepierna. Gritos y risas femeninas acompañaban la exhibición. De pronto, mi amiga subió al escenario como una loba en celo. Lo quería solo para ella. Él se dejó palpar cada centímetro de su musculatura. Sus papilas gustativas buscaban ansiosamente saciarse de todos los recovecos a los que su lengua camaleónica tenía acceso. Hasta que su boca tropezó con aquel mástil, que se esforzaba por salir de un tanga leopardino, tan escueto como ridículo. Aquello me superaba, y en mi  última mirada la dejé engolosinada con aquella manguera.

Necesitaba una copa para digerir todo aquello. Me alejé del guirigay y le pedí un gintonic al camarero. Me preguntó si estaba disfrutando del circo y sin levantar la mirada de mi copa, le contesté que prefería moverme en otros escenarios. No tardó dos segundos en sugerirme ir a su backstage particular. Levanté la mirada y fue en ese preciso momento cuando me fijé en él. No lo pensé dos veces. Quería mi boy privado.

El lugar era pequeño y oscuro, con cierto olor a tabaco y transgresión. Intuí que no era la primera en conocerlo. Me arrimó hacia una pared desconchada, y me colocó una pierna sobre una pila de cajas de cerveza. Subió mi falda y rabiosamente rompió mis braguitas. Con mi sexo a su merced solo pude adivinar el suyo cuando lo sentí profunda e insistentemente en cada pliegue de mi túnel. Mientras salivaba mi cuello, me animaba a superar una carrera contra el tiempo. La cercanía de la meta me excitó tanto que mis gritos se confundían con los del exterior. Apenas cuatro embestidas y mi cuerpo se disolvió en el suyo.

Nos recompusimos y cada uno aterrizó en su hábitat. Él detrás de una barra y yo en aquella baraúnda.

Realmente fue una buena despedida, aunque no de soltera necesariamente.

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