jueves, marzo 28, 2024
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Obama recibe por todos los lados

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Una jornada de virulentos ataques a Obama en el Capitolio cualquiera.

«Estoy profundamente decepcionado», dice un legislador en rueda de prensa esta semana pasada.

«Una decepción por no decir más», dice otro.

«Decisión equivocada», dice un tercero.

«Su propuesta fracasó».

«Es injustificable».

«Simplemente inconsciente».

Lo que destacaba de esta sesión de control en particular, sin embargo, es que los ponentes eran todos Demócratas.

Al comparecer sucesivamente en el podio de uno de los estudios de televisión de la Cámara y dirigirse a las cámaras, estos legisladores de izquierdas denunciaban el lento ritmo de repliegue de Afganistán por parte del Presidente Obama. Pero lo mismo podían haber hablado de los resultados del resto de medidas de la Casa Blanca que les indignan:

— Ampliar las bajadas tributarias de la era Bush a las rentas norteamericanas más altas.

— Conservar abierta la Bahía de Guantánamo.

— Negarse a apoyar una batería de medidas de estímulo mayor, o una segunda batería.

— Renunciar a la opción pública en la reforma sanitaria.

— Retrasar deliberadamente las medidas contra el cambio climático.

— Resistirse a los llamamientos a apoyar el matrimonio homosexual.

— Elevar el número de efectivos destacados en Afganistán, y replegarlos con demasiada lentitud.

— Exponer a las negociaciones demasiados recortes presupuestarios.

El viernes, los legisladores Demócratas de la Cámara presentaron una reprimenda pública simbólica pero inusual al presidente. Setenta de ellos votaron en contra de autorizar la intervención militar en Libia, y 36 votaron a favor de suspender la financiación de la intervención.

«Ya no se puede pedir a América que sea la que lo hace todo, en todas partes, en cualquier momento», gritaba en el pleno de la Cámara el congresista Demócrata de Massachusetts Barney Frank. Antes de la votación, los líderes Demócratas de la Cámara no hicieron ningún esfuerzo por impedir a los Demócratas rasos oponerse a Obama en Libia.

Se han producido roces más graves entre un presidente y su partido, como los de la aprobación de la reforma social Republicana en 1996 por parte de Bill Clinton. Los Demócratas no están tan indignados con Obama ahora como cuando llegó a un acuerdo con los Republicanos que preservaba las bajadas tributarias de Bush. Pero los frentes abiertos de Obama con su electorado son sorprendentes.

Agravando la sensación de traición está el convencimiento de los legisladores progres de que Obama era uno de ellos – no un personaje Clintoniano de centro. Simpatizo con el impulso de Obama de mantenerse en el centro político, pero rechazar de forma rutinaria a su electorado sí parece extravagante.

Para rematar, Obama tiene poco para apoyarse en sus disputas internas. Las herejías de Clinton le granjearon el apoyo de los independientes (la creciente solidez económica en todos los sectores ayudó) pero, según el último sondeo Bloomberg, apenas el 23% de los votantes probables independientes apoya la reelección de Obama, al tiempo que el 36% dice que tiene claro que respaldará a otro candidato.

Estadísticas parecidas ya han inducido al asesor de Bush Karl Rove a firmar una de las primeras esquelas de Obama, aduciendo, en una columna del Wall Street Journal titulada «Por qué es probable que Obama pierda en 2012» que «una izquierda decepcionada le puede privar de los voluntarios tan críticos en su éxito de 2008».

Los excesos de Rove pueden ser prematuros: a pesar de todos los problemas de Obama entre su electorado, a los izquierdistas no se les ocurre presentar un rival a las primarias como hizo Ted Kennedy contra Jimmy Carter.  «Hay un enorme descontento, pero ¿qué puedes hacer?» me dice un congresista Demócrata de izquierdas. «Si alguien le reta, pierdes frente a los
Republicanos y la cosa se pone 20 veces peor».

Todo lo que pueden hacer los izquierdistas, pues, es graznar — cosa que, casualmente, saben hacer muy bien, como dejaban de relieve los cinco legisladores Demócratas en la rueda de prensa de la mañana del jueves.

«Fue momento de decisiones audaces», dice la congresista Demócrata de California Lynn Woolsey. «El rumbo consistió en cambio en perpetuar una guerra que nos arruina fiscal y moralmente».

El congresista Demócrata de Nueva York Jerry Nadler acusaba a la administración de «derrochar miles de millones de dólares en un caos imposible de salvar».

Argumentos parecidos resonaban en ambos lados del hemiciclo. Durante una vista del Comité de las Fuerzas Armadas de la Cámara, el congresista Demócrata de Rhode Island James Langevin protestaba delante del jefe del estado mayor Mike Mullen: «Realmente sigue sin convencerme». En el Comité de Exteriores del Senado, el legislador de Illinois Dick Durbin, coordinador Demócrata en el Senado, aconsejaba a la Secretario de Estado Hillary Clinton que «los valientes estadounidenses arriesgan sus vidas mientras nosotros estamos sentados aquí y les decimos ‘no se puede ganar esto, pero tenéis que
cumplir vuestra misión».

Pregunté a los legisladores de izquierdas si había algo que pudieran hacer aparte de quejarse.

«Jerry se postula a presidente», ofrecía el congresista Demócrata de California John Garamendi.

«Sí, ya», gruñó Nadler. Pero el legislador si prometía que «se va a saber mucho más» de protestas así, y de tentativas de suspender la financiación de la guerra. «Me parece que nos acercamos a un punto de inflexión», decía.

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Dana Milbank

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