miércoles, abril 24, 2024
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La agonía de Zapatero

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Me pregunto cuantas veces se habrá arrepentido el presidente José Luis Rodríguez Zapatero de no haber tenido coraje, la noche de mayo de 2010, cuando le llamaron todos por teléfono: Barack Obama, Hu Jintao, Ángela Mérkel.

Un hombre que apenas suda ni cuando sale a correr, se tuvo que sentir empapado por el miedo. Era como un niño al que le habían cogido falsificando las notas: de la España que había sobrepasado a Italia en Producto Interior Bruto, que estaba a punto de sobrepasar a Francia, del Gobierno de «jamás saldremos de la crisis a costa de rebajar el estado del bienestar» a entregar el timón a la dictadura del FMI y a las exigencias de la Unión Europea.

Probablemente, lo lógico en un sistema democrático es que, cuando recibes presiones externas que no puedes resistir y que van contra tus principios, dimitas y convoques elecciones generales para que decidan los ciudadanos lo que quieren hacer. Contaba a su favor con las dimensiones de la economía española, mucho mayores que la griegas o la portuguesa y con una carga insoportable de cinco millones de parados. Podía haber dicho que no.

Acaba de celebrarse un día antes el Consejo de Ministros en el que el presidente aseguró a su ejecutivo que no cedería a los mercados.

El resto de la historia es bien conocida. Las reformas de nunca acabar. Se empezó congelando las pensiones y bajando el sueldo de los funcionarios. Se continúo con una reforma laboral que provocó una huelga general con la dislexia de que quien fue nombrado para gestionarla, Valeriano Gómez, se había manifestado con los huelguistas.

Estamos ante unos tiburones insaciables y una calle desbordada por los «indignados». El PSOE busca un acercamiento con el 15-M sin soltar la cuerda que le tiene amarrado al FMI y a la Unión Europea. Una vez más, Zapatero, el chico que quería contentar a todos los suyos, se encuentra entre la espada y la pared. Pero esta vez no se puede estar en misa y tocando en la procesión. El PSOE tiene que elegir, en síntesis, entre los mercados y los indignados.

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Carlos Carnicero

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