Don Pascual Sala, presidente del Tribunal Constitucional, se encuentra más solo. Dos de los suyos, es decir, dos magistrados progresistas, han decidido presentar su dimisión tras darse cuenta -¡oh, los donuts!- de que su mandato había expirado en noviembre del año 2010. Pasaron las navidades con sus turrones y sus villancicos, llegó la primavera, Eugeni Gay y Elisa Pérez Vera dieron su voto para que la sentencia del Tribunal Supremo se quedara en nada; desde su rabiosa independencia progresista lograron que los matones de Bildu arribaran a los ayuntamientos y diputaciones del País Vasco, volvieron los insultos al norte de España, llamar «hijo de puta» al que no es abertzale tornó a ser una expresión común y, de pronto, tanto Eugeni Gay como Elisa Pérez Vera, recordaron que su mandato había expirado.
Pascual Sala, el presidente, el hombre al que sólo la mención de que los magistrados no puedan ser independientes le causa notables trastornos en la epidermis, tanto que se le pone la piel de gallina, y ello sólo de imaginárselo, está cada vez más solo. Los concejales del PSOE y del PP que han salido de las urnas en los pequeños municipios del País Vasco también están solos. Solos, con su coraje, pero acompañados de las amenazas, de los insultos, de los empujones, de las llamadas de teléfono amenazadoras.
Menos mal que vivimos en un ordenamiento constitucional y don Pascual, aunque cada vez más solitario, vela por nosotros. Se cometen graves faltas a la Constitución, retirando las banderas españolas de algunos municipios, y exhibiendo carteles apologéticos de los asesinos de Eta, pero ahí está don Pascual, con su audacia, con su valentía, y estamos pendientes de su intrepidez en hacer cumplir las leyes constitucionales. Los que sospechan que con Bildu fue un «colaborador necesario» van a verse desmentidos con sus arrestos y su bravura. Aunque lo dejen solo.
Luis del Val