miércoles, abril 24, 2024
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Nuestro déficit de asociación

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Hubo cierto desconcierto en Washington la pasada semana ante la imposición de la Medalla de la Libertad a la canciller alemana Ángela Merkel. Los laureados extranjeros anteriores incluyen  al Papa Juan Pablo II, que defendió la libertad de Europa Oriental; Nelson Mandela, que triunfó sobre el apartheid en Sudáfrica; o Helmut Kohl, que unificó Alemania.

¿En serio encaja Merkel en este grupo, a pesar de todas sus buenas cualidades?

«Por qué dispensar un trato especial e imponer esta distinción a alguien que en el mejor de los casos ha sido un socio a regañadientes?» pregunta Stephen Szabo, que dirige el colectivo Transatlantic Academy en Washington, dependiente del Fondo Marshall germano.

La verdad es que la medalla de Merkel fue una distinción de expectativas, comparable en muchos sentidos al prematuro Premio Nobel del Presidente Obama en 2009. Indica las esperanzas en el futuro más que los resultados tangibles previos. Como dice Szabo, la administración decidió «distinguir al socio que quiere tener, no al socio que tiene». (Información completa: soy miembro de la administración del Fondo, donde trabaja Szabo).

La visita de Merkel pone de relieve un problema interesante para Obama, que describiría como su «déficit de asociación». Constituye una paradoja que esta administración genuinamente multilateralista, impaciente por romper con la actuación unilateral de George W. Bush, haya tenido problemas para encontrar socios solventes fiables. Merkel es un ejemplo de manual, a pesar de todas las palabras amables que Obama pronunció en la cena de estado de la semana pasada.

El Secretario de Defensa Bob Gates hizo hincapié en la idea a golpe de crítica el viernes en una intervención en Berlín en la que dijo que Estados Unidos está cansado de luchar por los europeos «que no quieren compartir los riesgos y las facturas».

Es un mundo que acusa el dominio estadounidense pero que también se muestra reacio a compartir la carga. Nuestros aliados no quieren ser seguidores, sin duda, pero tampoco quieren compartir el liderazgo. Este déficit se manifiesta en toda región, y complica los deseos de Obama de descargar parte de las responsabilidades en un momento en que los recursos económicos de los Estados Unidos se encuentran bajo tensión.

Empecemos por Europa: los funcionarios de la administración quieren que la alianza con Europa sea «un catalizador del cambio global». Pero en realidad, éste viene siendo un período relativamente moribundo de la relación trasatlántica. Europa está absorbida por sus propios problemas. Habla de medidas colectivas a través de la Unión Europea en Bruselas, pero las decisiones políticas reales todavía están centradas casi por completo en las capitales de los estados miembros. La Unión Europea es hoy un compendio de frustraciones más que un catalizador.

La misión libia ilustra las ventajas surtidas de la responsabilidad compartida. Francia y Gran Bretaña lideran la iniciativa militar de la OTAN, mientras Estados Unidos adopta deliberadamente un papel secundario tras la primera semana. Pero el rumbo irregular de la campaña tiene a muchos analistas dudando de que sea posible una operación con éxito de la OTAN si Estados Unidos no lleva el timón. La ausencia de apoyo germano subraya la fragilidad de la respuesta colectiva de la OTAN.

Véase a continuación china, la demostración recurrente de la dificultad de compartir pesos en cuestiones de seguridad. La administración Obama ha manifestado repetidamente que quiere la ayuda de Pekín a la hora de abordar la amenaza nuclear errática que es Corea del Norte. Los chinos practican el idioma de la responsabilidad compartida en las reuniones sino-estadounidenses, pero nunca llegan a pasar a la tarea de solucionar los problemas de forma conjunta. Parecen preferir dejar las cosas a su aire en lugar de adoptar medidas decisivas.

Henry Kissinger sostiene en su nuevo libro, «A propósito de China», que los chinos no están culturalmente familiarizados con la experiencia de ser aliados. Otros países fueron considerados sobre todo fuente de tributos a Chung Kuo, y China ni siquiera tenía ministerio de exteriores hasta el siglo XIX, según Kissinger. La administración Obama podría estar buscando una forma de cooperación que China no entiende aún cómo prestar.

La misma sociedad deficitaria se ha producido en la India, la otra potencia asiática emergente. Una gran prueba de fuego para Obama va a ser que pueda alentar a la India a involucrarse y unirse al marco regional de estabilización de Afganistán a medida que América repliega efectivos.

América tuvo alianzas estrechas durante la Guerra Fría, pero Fred Kempe, presidente del Consejo Atlántico, destaca que la sociedad a menudo era polémica. En su obra recién publicada «Berlín 1961», Kempe señala que el Presidente Kennedy tuvo que arreglárselas con un primer ministro británico que hablaba de conciliación, un presidente francés que practicaba un idioma beligerante y un canciller alemán que desconfiaba del nuevo presidente estadounidense. La moraleja, dice Kempe, es que «cuando hablamos de puntos históricos de inflexión, América tiene que liderar».

Obama llegó a la administración convencido con razón de que a América le hacía falta ejercer el poder a través de las alianzas y las instituciones globales en lugar de unilateralmente. Pero ha descubierto que es más fácil imponer medallas que obtener resultados tangibles. «Liderar a la zaga», como describía un funcionario de la Casa Blanca el estilo de reserva estratégica de Obama al New Yorker, no es necesariamente mala idea. Simplemente no funciona en el mundo actual.

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David Ignatius

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