viernes, marzo 29, 2024
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Reforma de medicare o nada

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La tónica política de la campaña presidencial de 1964 incluye a un periodista preguntando a una anciana el motivo de apoyar a Lyndon Johnson en lugar de Barry Goldwater. Goldwater, respondió ella, quiere abolir Tennessee Valley. En realidad, corrigió el periodista, Goldwater quiere abolir la Tennessee Valley Authority. A lo que la mujer respondió: «Bueno, no voy a correr ningún riesgo».

Los votantes del distrito legislativo del norte de Nueva York no estaban para riesgos la semana pasada. Los Republicanos no han propuesto la abolición del programa Medicare más de lo que han propuesto la abolición de la medicina. Pero este revés a la campaña Republicana de reforma del programa Medicare ilustra las dificultades que se avecinan

Los conservadores deberían de comprender que gran parte de la oposición a la reforma del Medicare es conservadora, de forma por lo menos. Tiene su origen en el miedo al cambio y la desconfianza hacia los funcionarios entrometidos. La desconfianza generalizada en la política se amplía a la desconfianza hacia los políticos inmersos en reformas confusas. En unos comicios entre un cambio importante y el estatus quo, el país de centro-derecha elegirá en general el estatus quo.

De forma que todos los argumentos Republicanos en favor de la reforma del programa dependen en última instancia del éxito de uno: que el estatus quo no es una opción. Esta provisión tiene la virtud de ser correcta. Alrededor de 80 millones de jubilados de la generación de los 60 se incorporan a un sistema diseñado para una época en la que la gente moría antes, sin la atención de tecnologías caras. Los cambios demográficos y el creciente gasto per cápita exigen que el estado del bienestar cambie o se derrumbe. Y el Presidente Obama ha agravado el problema añadiendo otra reforma sanitaria, financiada en parte a través de los recursos restados al Medicare. 

El Medicare que conocemos será insolvente en una década. Los políticos que no proponen solución permiten que el sistema se derrumbe en aras de su beneficio político temporal. Los impuestos suficientes para apuntalar el estatus quo se llevarían una parte sustancial de la economía, dejando a particulares, familias y negocios con muchísimos menos recursos para afrontar sus necesidades. Algunos Demócratas defienden la imposición de estrictos controles de los precios dentro del actual sistema del programa Medicare, controles supervisados por un comité de 15 burócratas. Pero la reducción del gasto mediante mandato burocrático no funciona normalmente. Cuando funciona, el resultado es el racionamiento. Los Republicanos proponen el copago de las primas para financiar la contratación individual de seguros. Esto elevaría la parte del gasto que paga el afiliado en el caso de la mayor parte de la clase media — haciéndola más consciente de su gasto médico — al tiempo que impide la quiebra de Medicare.

Ninguna de estas respuestas es particularmente atractiva. Lo que parece ser gratis resultará preferible. No lo es. 

Mientras los Republicanos presentan sus argumentos nada atractivos, van a necesitar tener presentes unas cuantas cosas.

En primer lugar, los presupuestos del congresista Paul Ryan son admirables, hasta valientes, pero no son la última palabra. Las subvenciones que propone podrían ser demasiado pequeñas para ser una alternativa realista al sistema actual. Los candidatos presidenciales Republicanos van a necesitar cierta cancha para hacer sus recomendaciones. No es energía; es estrategia. El problema de las críticas iniciales vertidas por Newt Gingrich a los presupuestos de Ryan es el tono exagerado de Gingrich. Jugar a tres bandas es algo distinto a poner a caldo. Tim Pawlenty lo hizo mejor: «Me parece en general que la dirección de los presupuestos de Ryan es positiva, pero yo voy a presentar mis propios presupuestos».

En segundo lugar, los Republicanos necesitan acompañar su mensaje de reforma del programa Medicare de cierto hincapié en las oportunidades económicas. No importa lo bien que expliques los planes de austeridad, la audiencia que tiene la austeridad es limitada. Las muestras genuinas de entusiasmo por la reforma de lo social se limitan sobre todo a salas de conferencias medio vacías a las que se dirigía el ex senador Warren Rudman con el colectivo Concord del año 92. La promesa Republicana más atractiva es una economía boyante que recompensa al trabajo y la iniciativa, incluyendo los de los peldaños más bajos de la escalera económica.

En tercer lugar, el Partido Republicano debe montar una inusual alianza política en favor de la reforma de lo social. El gasto social sin límites no sólo es una amenaza a la economía sino a todas las demás categorías del gasto público de la administración federal. A medida que el porcentaje de los presupuestos que consumen los programas compulsivos supera el 50% — y la porción mayor de los presupuestos se destina a cubrir la servidumbre de la deuda soberana — sólo van a quedar las migajas para cubrir el resto de prioridades. ¿Quiere gasto federal en las cartillas de alimentación? ¿O en la defensa nacional? ¿O en la ayuda exterior o la educación o las infraestructuras? En ausencia de reforma de lo social, cada programa de gasto independiente de la defensa participará de un duelo a muerte por granjearse unos recursos cada vez más limitados. Una coalición de reforma de lo social debería de abarcar a cualquiera que quiera gasto público en cualquier cosa que no sean las pensiones. Para levantar esta coalición, los Republicanos tendrán que apelar a colectivos más allá del margen de seguridad conservador. 

La iniciativa Republicana por la reforma de lo social será creativa, flexible y tenaz — o fracasará.  

Michael Gerson

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