jueves, abril 25, 2024
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La Chacón y el báculo de Moisés

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Me ha costado trabajo encontrar, fuera de su ambiente natural y mediático, un solo dirigente socialista que comparta los miedos de Carmen Chacón. No veían en peligro ni la unidad del partido ni la estabilidad del ya por si inestable gobierno de Zapatero, si ella seguía por la senda de la confrontación en las anunciadas y por ahora no consumadas elecciones primarias. La retirada de Chacón se relaciona más bien con el entorno político de la ministra y con la estrategia de su grupo de apoyo, encabezado por el que fuera responsable de imagen en Moncloa durante los años victoriosos de Zapatero, y del holding multimedia que ha crecido a su sombra. Tu tiempo no ha llegado aún y debes, en contra de la célebre frase de Fidel Castro, dar un paso atrás para impulsarte en el futuro. En su breve discurso, renunciando a lo que no había anunciado nunca, la Chacón mezcló sabiamente principios de la vieja socialdemocracia de los mágicos años sesenta con las reivindicaciones más primorosas del movimiento de los que acamparon en Sol el 15-M.  Estaba dispuesta a lo que hiciera falta, pero Zapatero ya le había entregado el báculo que lleva a la tierra prometida a Pérez  Rubalcaba.

Hace más de quince años, cuando Felipe González  perdió las elecciones generales por un puñado de votos, quemado por las cuatro legislaturas en las que había cambiado España, acosado por la caverna mediática, y traicionado por un grupo de chorizos que metieron las manos en la bolsa del dinero público, desayuné con Rubalcaba días antes que entregara las llaves de reino al Partido Popular, me dijo entonces que había de abrirse las puertas del partido a las nuevas generaciones socialistas y pasar a la reserva. Le miraba de reojo y no veía a un jubilado en aquel  político cuarentón que gustaba del rock, corría los cien metros en marcas de estudiante universitario, jugaba al fútbol con la finura de un interior y definía estrategias de futuro con la clarividencia de un adivino. Todavía caminaba por los pasillos del nuevo edificio del complejo de la Moncloa con la prestancia de un cardenal.

Pérez Rubalcaba fue confinado en la trastienda del partido, padeció la triste derrota de Almunia y vio como llegaban a Ferraz los cachorros de Zapatero y ocupaban los despacho de queridos compañeros, que habían sacado al PSOE de la clandestinidad y lo habían llevado a la Moncloa. Algo conservaba Rubalcaba que imponía a los que llegaban y así fue como sobrevivió a la limpieza y que se quedó allí.

Siempre pronunciaba la frase adecuada, el consejo puntual y oportuno y la solución que resolvía las ecuaciones más complicadas. Rubalcaba, como los actores de reparto imprescindibles, fue representando los papeles que le tocaban en la película protagonizada y dirigida con mano dura por José Luis Rodríguez Zapatero. El guión era cada vez exigente y la interpretación de Rubalcaba más redonda: combatir las mafias internacionales, intervenir a tiempo en los desastres naturales, acortar el número de muertos en las carreteras, tratar con mano izquierda el fenómeno de la inmigración y por fin, el premio Goya, para su creación más indiscutible, la del hombre que logró derrotar a ETA. Dicen que en presidencia siempre se escucha la misma consigna: “Que se ocupe Alfredo, preguntadle a Alfredo, que lo coordine Alfredo, que lo explique Alfredo ¿Habéis consultado con Alfredo?” Tantos eran los asuntos por resolver y tanta la capacidad para afrontarlos, que terminó como era lógico donde tenía que acabar: en la Vicepresidencia del Gobierno. El último capítulo de la serie acaba de estrenarse. Zapatero ha entregado el bastón de mando a Rubalcaba, el báculo que lleve a sus gentes a las llanuras fértiles de la promisión electoral. Se trataría, dicen, del último gran servicio que Rubalcaba debe prestar a su partido y a la izquierda española. Conociéndole, tenaz y aplicado, seguro que ya ensaya dos nuevos personajes que podría encarnar. Uno de ellos es el de candidato presumiblemente derrotado y el otro es el de Presidente del Gobierno de España. Es muy capaz en ambos casos de hacerlo bien.

Fernando González

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