viernes, abril 19, 2024
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20.40.60 (II)

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Después de veinte minutos intentando conseguir una erección entre justificaciones, aquel hombre se levantó de la cama y me dijo que iba un momento al lavabo. Yo me encogí de hombros en medio de una gran calentura. Había intentado todo lo que mi experiencia me había enseñado para conseguir que aquel pene dejase de ser una morcilla pendulona y se convirtiese en el ariete que yo necesitaba. Fue misión imposible.

La culpa, decía, la tenía el exceso de vino que tomó en la comida, aunque yo creo que más que excesivo fue cabezón. El nerviosismo fue otra que utilizó. Mil excusas para justificar su gatillazo. La última, que tenía que ir al baño. Y se fue. Yo, que además necesitaba sofocar mi calentura y viendo el percal que se avecinaba, no tuve otro remedio que calmar mi ardor. Me bastó con bajar una mano hasta mi sexo y tocar los puntos necesarios para entrar rápidamente en éxtasis.

Cuando regresó a la habitación, yo ya me estaba vistiendo. Su sonrisa de memo me confirmó que aquel no era el mejor día para demostrar su potencia sexual. Ni tampoco el mejor para mostrar sus dotes amatorias, que dejaban mucho que desear.

Debí imaginármelo cuando le conocí en la cafetería donde habitualmente desayunábamos los dos. Su pinta de gym, sus músculos morenos por el UVA, su media melena que atusaba constantemente. La sensación de tardoyuppie que me transmitía cada vez que le miraba. Hecho que confirmé cuando me contó que era apoderado de un banco y que esperaba llegar a director. Me debí dar cuenta que era un posible candidato al gatillazo cuando me invitó a tapear en una taberna cutre  con un vino de medio pelo. O cuando entramos en aquel apartamento playero con cierto olor a cerrado, a humedad y mal ventilado 

Pero el maldito Estudio Genérico del Macho (EGM) me cegó. Sus 42 años le hacían un candidato perfecto y yo no supe o no quise buscar más.

Lo más triste de esta historia es que había recorrido 40 kilómetros para, únicamente, cumplir conmigo misma y llevarme un souvenir en forma de toalla playera del Citibank. ¡Ufff, que pereza!

Memorias de una libertina

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