viernes, marzo 29, 2024
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Donald Trump y la casa del terror

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Tener a Donald Trump en la carrera presidencial le daba un aire carnavalesco.

ABC News describía un «coqueteo efectista» con la excusa de presentarse a la Casa Blanca. Chris Cillizza escribía en el Post acerca del «circo especulativo» en torno a sus aspiraciones presidenciales. The New York Daily News pone a Trump con maquillaje de payaso y le llama «Don Espectáculo», mientras que Jennifer Rubin le apoda en el Post «Trump el Payaso». El presidente Obama en persona utilizaba el término «feriante» en una aparente referencia a Trump.

Pero se me ocurre una metáfora de parque de atracciones distinta más relevante para los 90 últimos días de la pseudo-campaña Trump: la Casa de los Horrores. Él nos demostró lo verdaderamente aterrador que se ha vuelto nuestro sistema político.

Trump no es ningún payaso. En los últimos momentos de la apuesta presidencial imaginaria de Trump, la NBC le estaba suplicando que renovara su contrato con la cadena, ofreciéndole al parecer 60 millones y diciéndole que tenía tres años de patrocinadores para «El Aprendiz».

No es culpa de Trump crear un circo: Él es un espectáculo, y simplemente estaba reafirmando la validez del viejo teorema sobre el número de idiotas que nacen por unidad de tiempo. «No voy a presentarme a presidente. Nos vemos en otra gran temporada televisiva», anunciaba Trump el lunes poniendo fin a su candidatura en, ¿dónde más?, la presentación de la parrilla que organiza en Manhattan la NBC para anunciantes.

La culpa, más bien, recae en nuestro sistema político, que recompensa a los charlatanes. La mayoría de nosotros sabíamos, como escribí cuando Trump hizo su primera aparición de campaña en público en la Conferencia de Acción Política Conservadora en febrero, que «la jugada de Trump es casi seguro un número publicitario». Pero pocos podrían haber predicho el éxito que tendría explotando los horrores de nuestro mecanismo.

Primero tomó por idiotas a los votantes de las primarias Republicanas. El caballero que hizo campaña por el derecho al aborto y la sanidad universal en su caprichosa campaña más reciente anunciaba de pronto estar en contra del aborto y del Obamacare, y los conservadores se lo tragaron. Un sondeo de la CNN en abril situaba a Trump en empate técnico por primera vez entre el palmarés presidencial Republicano.

También tomó por idiotas al electorado estadounidense en general. Después de dos meses de alentar la cuestión del nacimiento de Obama, un sondeo CBS News/ New York Times de abril concluía que la cuarta parte de todos los estadounidenses, y el 45% de los Republicanos, aceptaba el postulado patentemente falso de que el Presidente Obama no nació en suelo de los Estados Unidos.

Trump indujo a Obama a hacer uso de los poderes del gabinete para contrarrestar las alegaciones de su nacimiento. Después de que el presidente difundiera no sólo la partida de nacimiento sino después de aparecer ante la prensa acreditada para defender los datos de su nacimiento, Trump se declaraba «muy orgulloso».

Sobre todo, Trump tomó por idiotas a los medios de información que consideraron su candidatura fraudulenta algo real. Durante la primera semana de febrero, antes de abrir su apuesta irregular, el nombre de Trump aparecía en 45 titulares, según el buscador especializado Nexis. A finales de abril, el nombre de Trump copaba 768 titulares. Ni siquiera los muchos de nosotros que le considerábamos un fraude nos pudimos resistir al espectáculo.

Trump montó este numerito porque entendió la forma de explotar nuestro sistema político deficiente. Nuestra cultura del famoseo equipara la familiaridad del nombre con el buen liderazgo, y nuestro Supremo, al prohibir cualquier límite razonable a la financiación de campaña, traduce el dinero en poder político. Trump tenía montones de ambas cosas.

Sí, quedó como un idiota cuando Obama desclasificó su partida de nacimiento, y quedó el ridículo cuando Osama bin Laden perdió la vida y cuando los responsables de prensa le humillaron en la cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca. Pero, como pueden dar fe sus numerosos pretendientes en la NBC, no hizo sino cosas rentables para la marca Trump. «En última instancia», escribía en su pomposo anuncio el lunes, «el sector privado es mi mayor pasión y no estoy dispuesto a abandonar el sector privado».

Nunca lo estuvo, por supuesto. Por hacer que tanta gente se convenciera de lo contrario, Trump debería de estar muy orgulloso de sí mismo, acuñando la frase. Al resto de nosotros nos debería de apetecer una ducha.

Dana Milbank

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