jueves, abril 25, 2024
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Entrantes calientes

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Habíamos quedado a cenar con unos amigos. Ella me recogería a la salida del trabajo y nos dirigiríamos juntos al restaurante. Incomprensiblemente, ella llegó treinta minutos antes de la cita a la puerta de mi empresa y, para entretenerse, empezó a mandarme sms para obligarme a salir. ‘Estoy cachonda, baja ya’. ‘Tengo las braguitas mojadas’. ‘Baja que quiero comerte todo aquí mismo’. Cada dos minutos, el móvil vibraba con un nuevo sms. A mí, al principio, me hacía gracia. Después, me fui calentando. Cuando bajé temí que mis compañeros notasen mi bragueta abultada.

Al llegar al coche, ella tenía una sonrisa picarona mientras mantenía una mano bajo su falda. Aquello me puso más caliente aún y quise echarme sobre ella pero, con su simple gesto, sacó su mano de entre las piernas, me apartó, puso el coche en marcha y me dijo, riendo, que era tarde.

Camino del restaurante lo intenté de nuevo. Quise meterle mano. Besarla. Convencerla de que no fuésemos a cenar sino que nos dirigiésemos a mi casa. Incluso, me desabroché la bragueta y le mostré mi erección para convencerla. Pero no conseguí nada.

Tras dejar el automóvil al aparcacoches del restaurante siguió provocándome con roces, aparentemente, inocentes pero que hacían que me calentase más.
Al llegar a la mesa y saludar a nuestros amigos, ella dijo que tenía que ir un momento al lavabo. Yo aproveché también para decir que tenía que lavarme las manos y la seguí.

El baño de aquel restaurante tenía un recibidor-distribuidor que daba paso a dos pequeños reservados destinados a mujeres y a hombres.

Sabía que la seguiría porque, en el momento que entré, ella abrió la puerta del baño de mujeres y me hizo una seña para que entrase. Y entré. A continuación cerró la puerta y me mostró sus braguitas, acercándolas a mi cara. Me gusta el olor de las bragas. Me pone. Y ella lo sabía muy bien. Aquello era una encerrona en toda regla. Lo que yo no sabía era que a ella le ponía aún más correr el peligro de que nos pillaran en aquel baño. De hecho, en cuanto sintió abrirse de nuevo la puerta del recibidor-distribuidor, apoyó un pie en la taza, se levantó la falda y me ofreció su sexo húmedo. Yo me agarré a sus nalgas. Toqué sus fluidos rebosantes por detrás. Pero estaba tan excitado y tan nervioso a la vez que apenas podía acertar a penetrarla. Entonces, ella se dio la vuelta y pude tomarla por detrás. No recuerdo bien lo que tardé en vaciarme. Creo que, escasamente, 5 segundos. Fue algo brutal. Sin erotismo. Sólo sexo animal. Inhumano.

Ella cogió papel higiénico y se limpió sin perder la sonrisa. Metió sus braguitas en su bolso de mano y abrió la puerta del lavabo. Me dio la mano y salimos.
En efecto, una mujer esperaba para entrar y nos miró como si fuésemos dos apariciones. Algo inexplicable para ella.

Volvimos a la mesa y, por el camino, sólo me dijo: esta noche duermo en tu casa porque me has dejado a dos velas y se echó a reír.

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