sábado, abril 20, 2024
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Papel cuché a tutiplén

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El jueves, The Washington Post editorializa que Donald Trump ha estado haciendo campaña a cuenta de cuestiones «fraudulentas» y que debería «detener cualquier actividad» en ese sentido. Un artículo en las páginas de información la misma fecha informa de que «las especulaciones simplemente gratuitas» del gran charlatán de pelo zanahoria «realmente no tienen base».

A continuación, la noche del sábado, redactores y editores del Post, de etiqueta rigurosa, acuden a la cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca para recibir a sus invitados selectos, incluyendo… a Donald Trump.

Tan torpe como la invitación a Trump es, se trata simplemente de uno de los muchos problemas que reviste la cena anual y sus actos satélite.

La diversión empieza, muy apropiadamente, en la sede de la Asociación de Empresas del Gas Natural, donde la prensa será agasajada por los lobistas del bufete Quinn Gillespie. Más actos patrocinados por grupos de presión llegan de la Motion Picture Association of America. Por el camino, los periodistas acaban haciendo de chulos: reclutamos a estrellas del celuloide para que amenicen a los políticos, y reclutamos a poderosas figuras políticas para amenizar a las estrellas. Los directivos invitan a anunciantes para dejar boquiabiertos a los presentes, y los periodistas lo bastante afortunados para hacerse con una invitación departimos con los famosos.

Cee Lo Green va a cantar. Seth Meyers va a contar chistes. La ex de Lindsay Lohan, Samantha Ronson, será nuestro DJ. Todos los guays – Sean Penn, Kate Hudson, Steven Tyler, Paula Abdul, Courteney Cox, David Byrne y Bristol Palin – quieren salir con nosotros. Una carpa de Johnnie Walker nos proporciona whisky escocés y puros liados a mano. Se nos reparte agua mineral Fiji, o vodka Grey Goose, para calmar nuestra sed, y cremas Shea Terra Organics Vanilla Body Butter para cerrar nuestros poros.

La cena de la asociación de corresponsales fue durante años un engorro, cuando se consideraba un «baile de tarados» para periodistas y unos cuantos famosos. Pero, como con tantas cosas más en esta ciudad, el acontecimiento se ha salido de madre. Ahora, empapado de dinero corporativo y lobista, constituye otra muestra de los excesos de Washington.

A estas alturas no habrá menos de 200 fiestas, además de un buen número de recepciones en el Washington Hilton antes de la cena. Un brunch pre-cena,
asunto íntimo a mantener en tiempos en el coto privado de un productor televisivo, pasa este año a la mansión en Georgetown del multimillonario Mark Ein. Consultores Demócratas y Republicanos disparan cheques de cinco ceros para cerrar el establecimiento italiano de Washington Cafe Milano. (El propietario del Cafe Atlantico, por el contrario, está preparando la fiesta del Atlantic).

Time Warner reservó el St. Regis para la fiesta de People y Time; Condé Nast tiene el W Hotel para el New Yorker y la residencia del embajador galo en Kalorama para la fiesta de Vanity Fair con Bloomberg. La fiesta de la MSNBC tiene lugar en la embajada de Italia, mientras otros eligen Hay-Adams, el Ritz Carlton o el edificio Ronald Reagan.

Zánganos resacosos se reúnen la mañana del domingo en la mansarde del editor del Politico Robert Allbritton en Georgetown «para degustar sushi recién preparado y dim sum cocinado en el establecimiento The Source propiedad del chef Wolfgang Puck». La circular de prensa continúa: «Los exuberantes jardines de los Allbritton, llenos de álamos de 200 años, contarán con una carpa blanca de estilo circense adornada con motivos patrióticos» por no hablar de Ashley Judd y Janet Napolitano.

¿Es competencia del Politico reunir a Judd y a Napolitano? ¿Es el papel de ABC News «unir» a Jane Lynch, la de Glee, con el jefe de gabinete de la Casa Blanca Bill Daley, o a Elizabeth Banks, de «Rockefeller Plaza», con el asesor de seguridad nacional Tom Donilon? ¿Cuál es la finalidad de que Fox News presente a la actriz Patricia Arquette a la congresista Michele Bachmann, que el National Journal presente al actor Taylor Kitsch al estratega de Obama David Axelrod, que la radio pública presente a Michael Stipe, de REM, a la embajadora estadounidense ante la ONU Susan Rice, o que The Washington Post una a Trump y al presidente de la Cámara de Representantes John Boehner?

No voy a culpar a ningún anfitrión por dar una fiesta. Ni a ningún periodista por asistir; muchos de ellos son amigos. No tiene nada de malo inherentemente saborear un Johnnie Walker Blue junto a los políticos que cubrimos informativamente.

Pero el efecto acumulativo es repulsivo. Con la proliferación de fiestas exclusivas y el torrente de liquidez corporativa y lobista, los periodistas de Washington estamos dando a los estadounidenses la impresión de que hemos prescindido de nuestro sentido profesional y que aspiramos a ser como los famosos y los influyentes a los que cubrimos.

Mi difunto colega David Broder recordaba en una ocasión que, cuando él empezó a publicar a mediados de siglo, los periodistas suscribían el credo de que «la única forma en la que un periodista debe llegar a mirar a un político es desde arriba». Él decía que «se enorgullece de su independencia, de su escepticismo, y disfruta con su papel de sacar a la luz las imprudencias y el latrocinio de los funcionarios públicos».

Mientras empiezo a rellenar las tarjetas de se ruega contestación destinadas a unas cuantas fiestas de este año, pienso en lo que nuestros antepasados periodistas habrían dicho del rapero Cee Lo, y dela DJ SamRo, y de Donald. Después haré planes para el fin de semana.

Dana Milbank

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