martes, abril 23, 2024
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El 2 de mayo en Madrid

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El dos de mayo es la fiesta de la Comunidad de Madrid. Se conmemora una rebelión de los siervos contra los invasores franceses, un inducido levantamiento del tradicionalismo y el conservadurismo de los criados contra la razón y las luces que traían de los invasores.

Entonces, el patriotismo de los Borbones era así: envenenado entre ellos, bastante cobarde y muy poco patriótico; un sinsentido dinástico, en general, que enfrentaba sus ambiciones y sus miserias ante los ojos displicentes del ocupante. Pero para los españoles, aquel 2 de mayo de 1808, era una oportunidad para dar rienda suelta a su hastío por un lado, y a su búsqueda del progreso por otro: la pugna entre las cadenas y el liberalismo y la incipiente revolución burguesa, entre el constitucionalismo avanzado de Cádiz y la maldad manifiesta e interesada de los persas.

Los motines del pueblo de Madrid siempre han sido así, como los del 2 de mayo: contradictorios. Nunca han encontrado los gatos buenos motivos para dejar su piel felina en causas con grandes razones de orgullo. La caverna se irritará si afirmo un caso: la defensa de Madrid. Y eso me entretiene. Porque es cierto y porque su ira lo atestigua.

El dos de mayo, dice Aguirre, empezó el patriotismo nacional porque España se hizo nación, más que glorificar la resistencia, enaltecen la sumisión y el atraso. Telemadrid se gastó en su día un pastón con un director de cine colega en una película seriada que lo afirmaba propagandisticamente. Como decía Benito Moreno a lo María Ostíz, toda ella: ¡España huele a pueblo! Mejor dicho, a pensamiento pueblerino, que ser de pueblo es algo noble. Eran los tiempos de Soriano que no manipulaba la tele regional como el PSOE manipula la nacional. Lo hacía ideológicamente bien, como él mismo afirmaba; y, por ello, le sacaba el rendimiento por todos conocido, no como los otros, qué bobos, que ponen a un ex de la UCD a pilotar el ente.

La tele de Madrid es como la rebelión del 2 de mayo. Es un levantamiento digital contra la inteligencia, el buen gusto y el pudor. Es una empresa compleja la de ser intencionadamente limitado, manipulador y desvergonzado: reflejan la escena patriótica de Carlos IV, Godoy y el querubín, Fernando, el deseado – ¡no te fastidia!-: unos líos de faldas, cuernos y herencias. Una especie de síntesis moral de la concepción que ahora Aguirre aplica a la política y a la sociedad.

Es, cómo decirlo, como la estafa de Maciel con la fe de los creyentes. Mientras el pueblo lucha, ellos se reparten el negocio; mientras el pueblo reza, ellos se reparten el negocio; mientras nosotros no podemos ver la tele, ellos, vaya banda, rinden servil pleitesía a sus amos, como el 2 de mayo, que peleaban por encargo suyo: ahora gritan aflautados por los pasillos de la tele, a destiempo, ya se sabe: ¡Vivan las cadenas! Como con Fernando VII, ahora con Aguirre. Encadenados.

El dos de mayo es una fiesta singular. Conmemora el oprobio y la vergüenza de la monarquía española. Alguien debería tomar nota de ello. A lo mejor telemadrid, que sabe mucho de la nación española, y hacer otro serial costoso.

Si el nacionalismo es tan indeseable como insoportable, el peor de entre todos es el nacionalismo hortera, patriotero y provinciano, esa cosa rancia entre casino y patio de vecindad, por donde Aguirre se contonea para mayor gloria patriótica de sus fieles.

La falta de pudor se suple con acalorados vivas a España. Como siempre. El 2 de mayo, ya saben, qué les voy a contar que ya no sepan. Como siempre.

 

 

 

 

Rafael García Rico

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