Salvo los estridentes de uno y otro lado, la mayoría de los ciudadanos de uno y otro lado, están hasta las mismísimas narices del espectáculo que nos están brindando los políticos de uno y otro lado.
Ya está bien.
Por lo que se está viendo en los últimos años, se ha dejado de hacer política, no se gobierna y se olvida el ejercicio de la oposición. Todo, y no es poco, se limita a llevar a cabo “campañas electorales” que duran lo mismo que hay de una cita a otra. Lo de los quince días oficiales es una pura ilusión que, ni siquiera, la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, puede administrar salvo lo que puedan considerarse inauguraciones.
Lo ocurrido estos últimos días es para olvidar. A falta de menos de un mes para los comicios autonómicos y municipales, el ejemplo que nos han dado nuestros dirigentes y candidatos es para no tenérselo en cuenta. Si los electores tuvieran que decidir su voto por el comportamiento que los unos y los otros han tenido durante la Semana Santa –y los cuatro años anteriores- lo más seguro es que se abstendrían de acudir a las urnas y el 22 de mayo se quedarían en casa. Y en democracia no queremos eso.
Los insultos, las mentiras, las medias verdades, la manipulación de los hechos, la utilización del terrorismo, la corrupción, los “paripés” procesionales, los “invictus”, los ministros y los exministros, los presidentes y los expresidentes, los líderes y los exlíderes; todos parecen haberse empeñado en desprestigiar su profesión y, lo que es peor, en fomentar el desapego de la sociedad.
Si lo ocurrido durante la Semana Santa –como tememos- va a ir a más, los votantes irán a menos.
Se trata de una simple propiedad matemática y social.
Allá ellos y peor nosotros.
Editorial Estrella