viernes, abril 19, 2024
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Placer inesperado

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El día había sido intenso, reuniones, acuerdos, cesiones, una comida de trabajo que se alargó hasta bien entrada la tarde y, por último, un largo trayecto de vuelta a casa.

Un viaje de vuelta que comenzamos hablando de todo lo ocurrido en el día, valorando todo lo pactado, lo beneficioso que habían sido para la empresa los acuerdos alcanzados y la satisfacción que todo ello nos producía.

Yo me sentía cómoda. Cansada pero cómoda. Y en un momento dado de la conversación me descalcé y tumbé un poco hacia atrás el asiento.  Apoyé el brazo derecho en la ventanilla y sostuve mi cabeza con mi mano mientras le escuchaba. Poco después, mis pensamientos se alejaban cada vez más del trabajo y su voz monótona me empezaba a arrullar hasta que me dejó adormilada.

Me removí en el asiento para acomodarme y sin darme cuenta dejé mis braguitas a su vista. Poco después sentí su mano acariciar suavemente mis muslos, pero me hice la dormida.  El gesto me sorprendió. Y no me gustaba demasiado porque era un poco volver a empezar algo ya finiquitado entre nosotros. No obstante le dejé seguir y poco después rozó con sus dedos la tela de las braguitas que, inmediatamente, empezaron a recoger la humedad que el roce me producía.

Pero seguí haciéndome la dormida. No quería mostrar ni mi aprobación ni mi rechazo. Entonces, las apartó y tocó mi sexo. Como él sabía que me gustaba que lo hiciese. Recordar nuestra historia pasada, tan pasional y tan brutal, me ayudaba a calentarme.

A los pocos minutos, salió de la autopista y paró el coche en un área de descanso. Bajó las braguitas hasta mis pies, abrió mis piernas y se quedó observando mi sexo. Aquello, como siempre, me aceleraba. Sentir su aliento cerca de mi sexo me llevaba a la cúspide de la excitación. Me penetró con sus dedos recorriendo las paredes de mi vagina lentamente, provocando en mí el deseo de sentirme llena. 

Después se bajo y dio la vuelta al coche. Abrió mi puerta, me giró hacia él y fijó su mirada en mí, mostrándome su erección, invitándome a tocarla. Me enseñó su lengua como esperando que le suplicase que la utilizase y yo asentí con la cabeza. Después, sumergió su lengua en mi vagina, moviéndola con rapidez, buscando ese sabor que tanto le estimulaba.  Yo me dejé llevar, concentrándome en el placer, jadeando, respirando entrecortadamente y desbordándome. El, como siempre hacía, siguió lamiéndome hasta limpiar completamente mi sexo. Fue algo maravilloso.

Entonces cerró mis piernas, volvió al asiento del conductor y arrancó de nuevo. No volvimos a hablar el resto del viaje.

Me había prometido a mi misma que no volvería a ocurrir y él solo quiso demostrarme que lo nuestro no era una historia acabada.

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