miércoles, abril 24, 2024
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Cuando retraso significa más dificultades

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Es un axioma de la economía y la vida cotidiana que si llegan malas noticias, se encaja el golpe y se dejan atrás cuanto antes. No se puede empezar a construir hasta despejar los escombros.

La ilustración moderna de este enfoque «dolor antes que mejora» parte de Paul Volcker, Don Tipo Duro, que siendo gobernador de la Reserva elevó acusadamente los tipos de interés en 1979 con el fin de romper la mentalidad inflacionaria que había acabado por dominar a Estados Unidos. La decisiva actuación de Volcker provocó una recesión, pero sentó los cimientos de una prosperidad que se prolongó durante 25 años.

Ben Bernanke logró un puesto en la lista cuando permitió la quiebra de Lehman Brothers en 2008 – dejando que reventara la burbuja económica — y cuando luego creó un nuevo conjunto innovador de instancias monetarias para aportar liquidez al mercado. La recuperación del sistema financiero norteamericano de ese coma ha sido notable, al menos en el caso de los bancos, incluso si no ha proporcionado aún crecimiento y empleo.

Entre los políticos contemporáneos, el Primer Ministro británico David Cameron merece el mérito de «encajar el golpe» por anticipado con unos presupuestos de austeridad que ayudaron a Gran Bretaña a evitar su propia crisis financiera. Al ocupar la primera cartera, el problema de deuda de Gran Bretaña como porcentaje de su PIB era comparable al de Holanda o el de Portugal. Cameron hizo de tripas corazón y rebajó de forma drástica los presupuestos ministeriales una media del 19%. Los gestores de deuda sacaron a Gran Bretaña de su lista de especulativos, y comenzó una lenta recuperación.

Como contraejemplo de la factura de dosificar los malos tragos, véase el resto de Europa — sobre todo su moroso más escandaloso, Grecia. Grecia y sus socios de la eurozona llevan ya un año evitando escrupulosamente el hecho de que el país tiene que reestructurar su deuda o declarar la bancarrota. Todas las instancias provisionales y fondos extraordinarios y mecanismos cursis no han cambiado esa realidad. Según el Financial Times, los mercados situaron la probabilidad de un descubierto heleno la semana pasada a los próximos cinco años en el 67%, en comparación con el 55% de hace un mes.

Pero la reestructuración helena se traduce en dolor para los bancos privados todavía titulares de deuda soberana griega y para el Banco Central Europeo. De forma que se aplaza progresivamente, incluso si la mayoría de los analistas dan por sentado que es inevitable «un rapapolvo».

El resultado de este juego de aplazamientos es la defunción por miles de recortes. Los inversores siguen apostando a que el discurso tranquilizador son tonterías. Los diferenciales crecen, la crisis se extiende y las medidas que habrían bastado hace seis meses se vuelven insuficientes. Es una cascada progresiva de concesiones, nunca suficientes para detener el contagio.

Dejando claro lo evidente: las tentativas de evitar el dolor de la reestructuración simplemente acaban agravando las cosas. Es por eso que muchos analistas ponen en tela de juicio la supervivencia de la propia eurozona. Sin el principal mecanismo de reparto de las dificultades, en la forma de régimen fiscal común y vinculante, una divisa común puede ser imposible.

¿Cuál es la moraleja para Estados Unidos mientras el Presidente Obama y los Republicanos se sitúan en la lucha presupuestaria — agotando el plazo de principios de julio para elevar el umbral de deuda? No adivinará la respuesta contemplando a Obama bromear la pasada semana con el consejero delegado de Facebook Mark Zuckerberg, como si esto fuera apenas un problema de reunir los «amigos» suficientes en el perfil. No, esto va de dificultades — y de cómo repartirlas de forma que sea justo y también aceptable para los Republicanos retro-populistas.

Cuanto más tiempo espere Obama para negociar su acuerdo presupuestario, mayor va a ser el daño colateral. David Smick, destacado analista financiero, afirma que ciertos bancos centrales extranjeros con carácter regulador están advirtiendo del riesgo de los títulos soberanos estadounidenses. La advertencia de Standard & Poor’s el pasado lunes de que podría bajar la calificación triple-A de la deuda de América agrava esas inquietudes. El sector financiero también se veía sacudido por los rumores de que una China de crecimiento desacelerado podría rebajar sus compras de deuda.

Las inquietudes del mercado son los cortes superficiales de la hoja, pero se producirán muchos más hasta que los Republicanos y Obama lleguen a un acuerdo. En una economía globalizada, los corredores que intuyen debilidad siguen vendiendo hasta ver medidas decididas.

«Cierre el acuerdo, hágalo de una vez», aconseja Smick. «Presente una tendencia bajista progresiva que llegue a un compromiso final», con una mezcla de recortes del gasto público y subidas tributarias. La tarea de Obama se parece un poco a modelar un acuerdo de paz palestino-israelí: Todo el mundo conoce los elementos básicos; el desafío es transformar estos requisitos tácitos en un acuerdo formal.

Lo demencial de esta competencia presupuestaria es la esperanza de poder lograr cierta mejoría sólo con una pequeña dosis de tratamiento fuerte. Citando el «Macbeth» de Shakespeare: «Si llega a suceder… entonces que sea rápido».

David Ignatius

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