viernes, marzo 29, 2024
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Gilipolleces colaterales

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Ustedes saben que en situaciones de guerra se producen episodios todavía más lamentables (si ello es posible) que en la propia batalla. A esos sucesos se les ha dado por denominarlos “daños colaterales”. Lejos de mi intención el frivolizar sobre ellos.

Pero también en las alegrías se producen circunstancias colaterales que sin llegar a ser daños sí pueden denominarse como gilipolleces.

Para explicar mi teoría hay que retroceder casi un año y situarnos en Sudáfrica. Bueno, pues ya saben lo que allí ocurrió: quedamos campeones del mundo de fútbol. De acuerdo. Pero también pasaron muchos otros efectos colaterales, todos ellos susceptibles de extenderme en esta columna. Ya escribí en su día sobre el desasosiego que me producía esa especie de trompeta deteriorada llamada vuvuzela y su posible popularización entre nosotros. Por ahora se ha impuesto la sensatez.

Pero nada es comparable al grado de estupidez a la que hemos llegado con el pulpo. Primero con uno llamado Paul y después con su amplia familia de cefalópodos: ahora resulta que son adivinos.

La última moda es que en cualquier evento en el cual se pretende conocer por adelantado el resultado del mismo, se ponen los nombres de los contendientes en unas cajas de metacrilato y encima un pulpo, que hay que reconocer que los pobres animalitos son feos de narices. Se supone que tan antiestético y viscoso conjunto decretará sin duda alguna quién va a ganar. El problema es que hay un montón de cámaras de televisión que lo graban y te lo meten en casa a traición.

Aparte de gilipollez creo que es una mala estrategia comercial. Desde que existe esta moda he dejado de comer pulpo a feira. Reconozco que soy algo maniático, pero me parece que lo que me sirven en el conocido plato de madera es una extremidad de Rappel o incluso de Octavio Acebes. Por mucho pimentón que le pongan. Me admitirán que este pensamiento disuade al más hambriento.

Lo curioso es que he visto muchos establecimientos que han cambiado el típico rótulo de marisquería que producía lo que se llama un pánico económico, por el más modesto de “pulpería”. Bueno, pues yo ahí no entro. Hasta que no se aclaren, no tengo porqué saber si es un restaurante o una casa de apuestas.

Luego te ven ahí y te ponen fama de ludópata.

Paco Fochs

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