viernes, marzo 29, 2024
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Apurar la apuesta egipcia

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Samuel Johnson observó célebremente que la perspectiva de ser ahorcado despeja la mente. Lo mismo se podría decir de la actual crisis presupuestaria de América: Debería de forzar ciertas decisiones difíciles en materia de prioridades de la política exterior, para que podamos gastar más en apoyar la revolución democrática de Egipto y menos en buscar una solución militar a Afganistán.

Hoy, Estados Unidos destina alrededor de 110.000 millones al año a la Guerra Afgana, alrededor de 3.200 millones en ayuda militar y económica a Pakistán, y alrededor de 150 millones en asistencia extraordinaria para ayudar a la revolución democrática de Egipto. En términos de interés nacional estadounidense, esos niveles de gasto no tienen ningún sentido. La pirámide está invertida.

El presidente Obama debería de aprovechar este momento que brinda la crisis presupuestaria para alterar el gasto del capítulo de seguridad nacional del próximo ejercicio fiscal. La justificación del chorro de liquidez que se destina a Afganistán es impedir futuros atentados de al-Qaeda. Pero, francamente, un Egipto democrático y fructífero va a ser un contrapeso más contundente al contagio del terrorismo islámico que un Afganistán estable. Y un Pakistán democrático y próspero será la mejor protección de todas.

Esto no es un razonamiento a favor de cortar la financiación a Afganistán, sobre todo al inicio del «ciclo de enfrentamientos» de este año. Estados Unidos debería de atenerse a su amplio calendario de transferencia de la responsabilidad a los afganos en el año 2014. Pero deberíamos gastar menos, pasar página, al aproximarse la fecha del repliegue. Esto se traducirá en una presencia militar más reducida, mayor uso de efectivos paramilitares y mayor acento en la diplomacia.

El momento se presta a esta jugada. Las últimas semanas han visto nuevo diálogo con los talibanes. La Secretario de Estado Hillary Clinton anunciaba el 18 de febrero un «incremento diplomático» y desplazaba sutilmente lo que venían siendo precondiciones para las conversaciones de paz afganas de forma que fueran en su lugar «resultados necesarios». E incorporó a Marc Grossman, veterano diplomático firme partidario de la negociación con los talibanes, como su nuevo representante para Afganistán. El tranquilo y discreto Grossman podría tener más suerte a la hora de catalizar este proceso que su enérgico predecesor, el difunto Richard Holbrooke.

Hay un nuevo ímpetu procedente de Afganistán y Pakistán también. El Primer Ministro paquistaní Yousaf Raza Gillani visitaba Kabul el pasado fin de semana para encontrarse con el Presidente Hamid Karzai. Pusieron en común los planes de crear una «comisión conjunta de paz» que, crucialmente, va a incluir al General Ashfaq Kiyani y al Teniente General Ahmed Shuja Pasha, jefes respectivamente del ejército y el espionaje paquistaní que acompañaron a Gillani a Kabul. El mensaje es que Pakistán quiere ayudar a negociar un acuerdo de paz, ya.

Otro impulso al tren de la paz Af-Pak llegaba de Gran Bretaña, que también quiere la pronta puesta en marcha de las negociaciones. Los británicos trabajan en diversas vías posibles de contacto con los talibanes y están difundiendo un plan al que llaman, en jerga sajona clásica, un «documento oficioso».

La pregunta incómoda, por supuesto, es si los talibanes están dispuestos a negociar o no. Hay intermediarios que dicen que sí, pero Grossman quiere más claridad a la hora de saber a quién va a tener enfrente. Estados Unidos quiere un representante talibán que pueda tomar decisiones, que tenga vínculos con Mohammed Omar, el líder talibán, y que vaya a trabajar de cara a un acuerdo que incluya los tres «objetivos» de América de renunciar a al-Qaeda, detener la violencia y respetar la constitución afgana. Grossman no ha encontrado todavía socio de negociación, pero está buscando — con ayuda británica, afgana y paquistaní.

El General David Petraeus, mando militar estadounidense en Kabul, es partidario de negociaciones como partida, pero quiere más tiempo para presionar a los talibanes como ventaja. Petraeus ha dado su apoyo a los recientes tanteos de negociación. En el ínterin, espera desarmar a los talibanes de a pie suficientes para que Omar tenga problemas para desplegar una insurgencia robusta.

Petraeus desde luego no va a lograr una victoria militar antes del momento en que se espera que entregue el mando este otoño, pero resulta intrigante considerar cómo podría supervisar la próxima fase, más dependiente de fuerzas paramilitares, en caso de convertirse en el próximo director de la CIA. La CIA también seguirá siendo el punto clave de contacto con Pakistán, que es el campo de batalla decisivo para combatir a al-Qaeda.

Lo que me devuelve al apoyo a la revolución democrática de Egipto. Hablando en plata, no hay mayor prioridad para la política de contraterrorismo estadounidense que ayudar a los revolucionarios de la Plaza de la Liberación a construir un nuevo país fuerte que pueda liderar al resto del mundo árabe e islámico hacia un futuro mejor y más cuerdo. Los egipcios van a precisar ayuda, a lo grande, para reparar su maltrecha economía y sus desmoralizadas fuerzas de orden público.

América tiene que destinar sus recursos a donde estén sus intereses. Ése es el nexo unificador entre la primavera árabe y el conglomerado Af-Pak: La promesa de lo primero debería de llevarnos a alterar nuestra fórmula de gastos de cara a lo segundo, y ahora es el momento oportuno.

David Ignatius

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