viernes, abril 19, 2024
- Publicidad -

Los DINK (doble ingresos, niños no)

No te pierdas...

Los especialistas en crear nuevos nichos comerciales han descubierto un caladero donde pescar dinero fresco. Los pececitos adinerados se corresponden con las siglas DINK (Double Income No Kids), etiqueta que identifica en inglés a las parejas con doble y cualificado ingreso y que no quieren niños… por ahora. Una forma nueva de organizarse en convivencia en la que prima la calidad de vida, la libertad de movimientos y la falta de compromiso con la descendencia propia, indeseada por ambos, y la prole ajena. De esta actitud vital nace una oferta distinta de servicios que pretende garantizar los planteamientos de estos descendientes modernos de aquellos yuppies que crecieron al calor de la burbuja financiera y la pasta fácil. En ciertos países desarrollados, como Los Estados Unidos y El Reino Unido, es bastante sencillo encontrar hoteles, restaurantes, centros de ocio, equipamientos deportivos o líneas aéreas que se ofrecen a los DINK libres de niños. El gancho publicitario es muy clarito: si ustedes no quieren hijos, no tienen que soportar a las criaturas de los demás, pero paguen más por ello. El asunto, que puede parecer trivial a la mayoría de ciudadanos que llegan malamente a final de mes, tiene más miga de lo que parece.

Antiguamente, y no sólo por matices religiosos, tener muchos hijos garantizaba cierto bienestar, ayuda segura y barata y, sobre todo, cobijo y sopa caliente en los años crepusculares. La mortalidad infantil, una lacra terrible que todavía condiciona el progreso de tantos y tantos países, aconsejaba concebir y alumbrar a muchos críos para cubrir las bajas que inevitablemente se producían. No hace muchas décadas en España, en los años 50, esta tasa de fallecimientos prematuros alcanzaba la cifra de 170 por cada 1.000 nacimientos. Los hermanos se multiplicaban, jugaban juntos, cenaban agrupados, se acostaban a golpe de clarín y se cuidaban los unos a los otros. La calle era el escenario común, el paisaje habitual para las pandillas ingentes de amigos, primos y vecinos. Los padres bastante tenían con sacar adelante a tal gentío. En las clases más acomodadas, era la tata o la criadita de pueblo, las que se ocupaban de adecentar, alimentar, pasear y acostar a los niños. En aquellos tiempos, los más pequeños vivían en su mundo y los mayores en el suyo. Ámbitos distintos que raramente se entrecruzaban y cuando lo hacían resonaba aquella amenaza: “ya sabes, en casa de los abuelos te quedas sentadito y hablas cuando te pregunten”. No me atrevo a asegurar que entonces vivíamos la infancia mejor que ahora. Probablemente no, pero es cierto que crecíamos de otra forma.

Hoy en día las parejas, que quieren y pueden, buscan su principito heredero o la parejita en el mejor de los casos y así nuestra España padece una natalidad negativa desde 1991, sólo corregida por los millones de emigrantes que han recalado aquí y buscan para sus hijos la educación, la sanidad y las oportunidades de progreso que ellos no tuvieron.

Nuestros niños no juegan ya en las calles, no patean un balón en los descampados, ni nuestras niñas pintan las aceras para jugar al truque o al pañuelo. Son distintos, más cultos y mejor alimentados, tienen la play, su consola, su pequeño ordenador para relacionarse en su Facebook y su Twitter. Ya casi no tienen primos, el paisaje para convivir con sus amigos se ha reducido y como consecuencia de los nuevos usos y costumbres acompañan a sus padres, que cuidan de ellos como si fueran el último de los linces hispanos, a todas partes. Te los encuentras en el bar, aparecen debajo de la mesa en el restaurante, te acosan en la piscina, corren sorteándote en la sala del cine y en el museo de arte contemporáneo, se comen los canapés en cualquier acto social y berrean hasta agotarse en el avión o en la cuarta fila del teatro nacional, desconcertando a los actores que intentan interpretar a Chéjov. Son muchos menos, pero reclaman un protagonismo que en su día nunca tuvieron. Confieso que me encantan los niños, que tengo dos hijos estupendos y sobrinos encantadores, pero entiendo perfectamente a los DINK, aunque a la vuelta de algunos años, y cuando decidan tenerlos, sus chiquillos espléndidamente criados y educados se orinen en las cortinas del ateneo o jueguen al escondite en el vestíbulo del Teatro Real. ¡Que así sea!

Fernando González

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -