viernes, abril 19, 2024
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Liz, la luz

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El mundo en el que hemos vivido las generaciones que ahora nos hacemos sospechosa y angustiosamente mayores, se desvanece a una velocidad distinta de la que envejecemos. No hay relación directa, ni el curso de una línea que seguir de modo firme y preciso, pues es la naturaleza en su caprichoso azar quien juega con nuestra incapacidad para controlar sus designios, y así, la ausencia obligada nos hace dolorosamente viejos.

Un fenómeno natural, apasionante y maravilloso era Liz Taylor, la joven inglesa de setenta y nueve años, amputada de su encanto natural y enclaustrada en un cuerpo dañado por su propia belleza, el miedo a perderla y, sobre todo, por su propio carácter altivo, rebelde, digno, capaz de afrontar cumbres y valles con la misma entereza y con el mismo sufrimiento, porque la ambivalencia de sentimientos, la duplicidad de caracteres fue su constante final en el camino, ya trazado, hacia su nunca jamás particular.

Fue Cleopatra en technicolor, Wolf en versión original, fue la mujer dañada del árbol de la vida en un mundo en decadente camino de la derrota y tuvo, también, un lugar en el sol; fue Maggie la gata, frustrada y encendida en uno de los papeles más sobresalientes de su carrera. Como actriz ya consagrada hizo suyas, mucho más allá de sus papeles estelares, las palabras de Tennessee Williams: “la vida no es el problema de un solo hombre, sino esa relación nebulosa, centelleante y electrizada de los seres humanos en medio de la tormenta”.

Ahora que ya han entrado su belleza y su talento en la inmortalidad, no viene mal recordar que el mundo, su mundo y el de muchos de nosotros, se desvanece a veces de forma lenta y otras a toda velocidad, vertiginosamente entre revoluciones árabes, terremotos, y otros asuntos de los humanos, haciendo verdad el texto del maestro sureño, y llevándonos a evocar, con sus palabras, un tiempo de pantallas gigantes en viejos cines de barrio, allí dónde su luz iluminaba la vida triste y gris de los mortales, los que nunca habitamos más allá, en las lejanas regiones del celuloide.

Rafael García Rico

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