viernes, abril 19, 2024
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El viaje de Obama, de tirano a enclenque

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Tras dos años siendo calificado de tirano y de dictador, el Presidente Obama vuelve a Washington de una visita de cinco días al extranjero para descubrir que se ha convertido en un enclenque.

Aspirantes a rival como Mitt Romney, Tim Pawlenty o Sarah Palin llevaban más de un mes intentando colocar esta argumentación de ataque algo contradictoria, mientras Obama hacía señales contradictorias relativas a los acontecimientos de Egipto y Libia. Pero la acusación de «líder débil» levantó el vuelo el pasado fin de semana cuando Obama eligió iniciar el ataque contra las fuerzas de Gadafi estando en una excelente experiencia en Sudamérica junto a su familia.

En el mismo momento en el que los misiles Tomahawk empezaban a llover sobre Libia, Obama bromeaba con los brasileños sobre el carnaval, la copa del mundo y las Olimpiadas. En lugar de escuchar un discurso oficial en el Despacho Oval anunciando el nuevo conflicto, los estadounidenses recibían noticias del presidente en una grabación con ruido. Mientras los proyectiles balísticos castigaban a las fuerzas libias, Obama daba patadas al balón, contemplaba vistas paisajísticas y veía vaqueros con lentejuelas.

Estuvo peligrosamente cerca del momento «La cabrita» de George W. Bush, en el que el entonces Presidente George W. Bush siguió leyendo un cuento infantil a los niños un 11 de septiembre de 2001, tras ser informado de que la segunda torre del World Trade Center había sido atacada. Posteriormente Bush declaró que trataba de conservar la calma; de igual forma, funcionarios de la Casa Blanca me informan de que la decisión de seguir adelante con la visita a Sudamérica se tomó en parte para manifestar de forma soterrada que el bombardeo a Libia no era una acción militar de calado.

Los funcionarios de la administración Obama calcularon que no saldría perjudicado. Pero parecen haber sido sorprendidos por la fuerza de la denuncia al enclenque, que viene no sólo de sospechosos habituales como el asesor de campaña de Bush Karl Rove sino de izquierdistas como mi colega del Washington Post Richard Cohen, que veía a Obama «distanciándose muy literalmente de las repercusiones de su propia política».

Mi propia intuición, forjada durante años de estudio de la Obamología y confirmada  en conversaciones con asesores de Obama presentes y pasados, es que la decisión de Obama de seguir adelante con las vacaciones en Río no fue tan fruto de la debilidad como de la obcecación. Desde sus primeros días de campaña electoral en Iowa, ha dejado clara su alergia a los rigores de la actualidad informativa del momento, en lugar de medir sus avances hacia objetivos generales como la competitividad estadounidense o la posición de América en el mundo. Si algo – como las manifestaciones multitudinarias de Oriente Medio – no encaja de forma inequívoca en sus grandes objetivos, su tendencia es a dejarlo aparte.

«Sé que todo hijo de vecino aquí está enganchado a la actualidad», dijo a la prensa en una ocasión. «Yo no. ¿Vale?»

Esto hizo maravillas en su favor durante la campaña, conservando su atención centrada sobre la mecánica electoral en lugar de lo caprichoso de los ataques que vertían sus rivales. Pero como presidente, sus generalizaciones no siempre le han hecho un favor, como cuando su hincapié exclusivo en la reforma sanitaria dio a los votantes la impresión de que el empleo le importa un comino; perdió la Cámara, y el resto de su programa con ella.

El ataque a Libia plantea la prueba de fuego más dura al desafío a la actualidad que plantea Obama. En una columna en USA Today antes de su marcha, Obama escribía que aunque Oriente Próximo es importante, se marchaba a Latinoamérica porque «nuestra principal prioridad ha de ser crear y conservar nuevos puestos de trabajo y nuevas oportunidades laborales».

Los funcionarios de la administración con los que hablé argumentaron que esto, en sí mismo, es una muestra de liderazgo firme. «Ceder el timón a las críticas del tertuliano del momento no es fortaleza», decía uno de los principales asesores del presidente. Ellos señalan las encuestas que muestran que la mayoría de los estadounidenses siguen considerando a Obama un líder fuerte, y aducen que, más allá de Washington, los titulares de la visita de Obama justifican su estrategia. («Visita de Obama a Brasil clave para empresas de Nueva Jersey», informa el Bergen Record).

Pero la Casa Blanca también está descubriendo los riesgos de la dirección generalizada. El sondeo Post/ ABC News más reciente concluye que cuando a los estadounidenses se les pregunta quién está asumiendo «un papel de liderazgo más fuerte», los Republicanos disfrutan de una ventaja de siete enteros sobre Obama; hace tres meses, Obama ganaba por un margen ajustado.

La Casa Blanca se queja con razón de que las críticas a Obama a cuenta de la política libia han sido inconsistentes: primero que fue demasiado lento a la hora de tomar medidas, ahora que se apresura a atacar sin la aprobación legislativa — incluso si el Congreso está en mitad de su propio receso primaveral de 10 días.

Pero no importa si las críticas son justas. Obama dejó un vacío, y sus rivales lo han llenado. Que un presidente sea considerado «débil» de pronto, tal es la tiranía de la actualidad informativa.

Dana Milbank

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